Es mejor decirlo sin dar muchas vueltas: no creo que Guasón sea una obra maestra. Tampoco una película extraordinaria, ni siquiera una muy buena. Es verdad que Joaquin Phoenix es descomunal como el villano del título, quizás el mejor papel de su carrera (aunque compite cabeza a cabeza con Freddie, el alcohólico de The Master, que sí es una película extraordinaria), es cierto que gracias a una sofisticada fotografía la atmósfera de esta nueva Ciudad Gótica es pregnante, casi tangible, ominosa, y que el diseño de sonido y la musicalización están al servicio de la historia como pocas películas mainstream. Así de atractiva es la nueva película de Todd Philips. Atractiva antes que cualquier otra cosa.
Sin embargo, ninguno de sus méritos la redime de sus fallas tan ostensibles. Es que Guasón es tan superficial como reiterativa. Es previsible y, hasta cierto punto, hasta un poco tímida. Incluso para ser cine de género. Porque eso nunca fue una limitación para hacer películas osadas.
A esta altura, la historia ya es bien conocida. Joaquin Phoenix interpreta a Arthur Fleck, un aspirante a comediante stand-up cuyo empleo formal es trabajar como payaso, a veces entreteniendo a niños en los hospitales, otras veces improvisando y vendiendo publicidad en la calle. No es un payaso triste, sino que es una persona triste en su vida cotidiana. Su existencia, patética y dolorosa, transcurre sin un atisbo de felicidad, habitando la casa, pobre y descuidada, de su madre anciana (Frances Conroy, excelente como siempre), una mujer enferma física y psíquicamente, una de esas madres que es mejor tener lejos a pesar de su apariencia frágil.
Frágil, de verdad, es Arthur. Es asaltado y golpeado por una banda de jóvenes delincuentes, maltratado en su trabajo por su jefe, le hacen bullying sus compañeros, y el Estado lo abandona al recortar la asistencia social de la que depende para tener un terapeuta y su medicación. Porque, como su madre pero en otro sentido, Arthur también está bastante mal de la cabeza. Un pobre hombre a punto de quebrarse y a nadie le importa. Con justa razón, los atropellos de una sociedad violenta, capitalista y elitista hacen que tarde o temprano nazca un nuevo psychokiller, al estilo John Wayne Dacy o Bernard Goetz. Que después nadie se queje.
Y a pesar de esta tormenta perfecta, Arthur se aferra a su sueño: aparecer en un famoso programa de televisión conducido por un famoso cómico interpretado por Robert De Niro haciendo de Robert De Niro, a la vez una cita directa a El rey de la comedia, una de las mejores películas de Martin Scorsese. Este sueño que tiene Arthur, como tantos otros que debe haber tenido, dista mucho de hacerse realidad. Y eso es lo que más duele.
Queda claro, entonces, que el escenario que presenta Guasón es un reflejo de nuestros tiempos, más visible en EEUU, pero no exclusivamente. Y es evidente, también, que es absolutamente verosímil. No hace falta ser un genio para darse cuenta. No es una gran revelación. Entonces, ¿por qué Guasón insiste tanto en repetirlo una y otra vez? ¿Por qué explicarlo todo con una literalidad pasmosa? ¿Por qué tantas escenas que, en el fondo, siempre dicen lo mismo?
Si la intención es construir una narrativa que funcione por acumulación, creo que Todd Philips se quedó con la intención. Acá, en cambio, hay redundancia. Durante buena parte de su metraje, Guasón es una película que toca una sola nota. La toca muy bien, pero sigue siendo una nota sola. Es una película que gira sobre su eje, sin expandirse ni profundizarse. Si se rasca debajo de la superficie, hay más de lo mismo.
Por otra parte, la deliberada falta de ambigüedad y de metáforas con al menos un poco de sutileza transforman un conflicto potencialmente complejo e inquietante en un discurso muy elemental. Uno espera que en algún momento la narrativa vaya un poco más allá, se aventure en un terreno desconocido, pero es esperar en vano. Todo está perfectamente calculado para que todos los espectadores entiendan todo. Ahí está la traición a la complejidad del conflicto que aborda: para ser realmente perturbador, no debería ser tan fácil de comprender. Algo, o bastante, debería quedar en la oscuridad. Después de todo, la psiquis y el alma de Arthur no se caracterizan por su transparencia.
No está mal que Phillips haya elegido homenajear a clásicos de New Hollywood para darle su look a esta nueva Ciudad Gótica. La desilusión, el pesimismo y hasta el nihilismo de esas películas van a tono con la premisa de Guasón. El problema es que al citar a Taxi Driver, o a Toro salvaje, o El rey de la comedia, o a Midnight Cowboy, y por otra parte a Tiempos modernos, de Chaplin, Guasón termina perdiendo en la comparación. Cuando uno ve la cita y recuerda estas películas extraordinarias, desea volver a verlas ni bien termine la película de Phillips. Porque esas películas tienen toda una filosofía detrás y llegan a lugares incómodos al ser tan descarnadas en su mirada. Guasón, en cambio, es un gesto habilidoso muy bien ejecutado.
Haciendo de abogado del diablo, también creo que en tanto historia de origen de villano de comic, es muy convincente y supera a la media de las películas de superhéroes. No podría estar mejor filmada y tiene escenas que son un prodigio de fotografía, sonido y montaje. Si de cohesión formal se trata, es de lo más cohesiva de los últimos tiempos. Y está la interpretación hipnótica de Joaquin Phoenix, desmesurada en el mejor de los sentidos. Por eso, creo que es una buena película. Una película más que correcta. Nada nuevo bajo el sol, pero disfrutable al fin. Al menos hasta cierto punto. Que se haya llevado el premio máximo del Festival de Venecia es un delirio, pero ése es otro tema.
Guasón (Joker, EEUU, 2019). Puntaje: 7
Dirigida por Todd Phillips. Escrita por Todd Phillips y Scott Silver. Con Joaquin Phoenix, Robert De Niro, Frances Conroy, Zazie Beetz, Brett Cullen, Brian Tyree Henry, Marc Maron, Dante Pereira-Olson, Douglas Hodge, Sharon Washington. Fotografía: Lawrence Sher. Montaje: Jeff Groth. Música: Hildur Gudnadóttir. Duración: 122 minutos.