Amanda, de Mikhaël Hers

Películas sobre duelos hay muchas. Suelen ser emotivas, contenidas a veces, desatadas otras veces. Ocasionalmente, pueden ser más bien intelectuales. Y, por supuesto, están los melodramas, donde abundan las muertes en todas sus formas y colores. Amanda, escrita y dirigida por Mikhaël Hers, es una película legítimamente emotiva sobre un duelo, en primera instancia. Pero, enseguida se percibe que va más allá de la pérdida en sí misma para explorar qué pasa después y cómo se hace para reconstruirse uno y reconstruir la vida de un Otro. Lo que se dice crecer de golpe.

Primero, conocemos a David (Vincent Lacoste), un joven y alegre parisino de 24 años de vida tranquila que trabaja haciendo un poco de esto y otro poco de aquello. Es solitario y soñador, pero no antisocial o delirante. Está enamorado, o algo muy parecido, de Lena (Stacy Martin), su vecina, que se ha mudado hace muy poco tiempo. De a poco, casi sin querer, se van conociendo. Después, ocurre lo fatídico, brutal e inesperado cuando su hermana, Sandrine (Ophélia Kolb) muere en un atentado terrorista. Ahora David debe hacerse cargo de su sobrina, Amanda (Isaldre Multrier), de 7 años, con todo el dolor del mundo y sin saber cómo hacerlo.

Lo primero que salta a la vista es cuán pregnante es el clima de tristeza y desgarro que envuelve a los personajes luego de la tragedia. En la mejor tradición de cierto cine francés, aquí el diálogo no revela cómo se sienten ni qué piensan ni qué van a hacer los personajes – entre otras cosas porque ni ellos mismos lo saben. Se trata, en cambio, de hacer de las palabras elementos para decir pequeñas grandes cosas, dudas e interrogantes, y dejar que los silencios y los llantos discretos sean la expresión más acabada de una procesión que va por dentro. Tan lejos del melodrama como de la intelectualización del dolor, Amanda es una película emotiva, y hasta sentimental, en el mejor de los sentidos. Por eso se la siente íntima y genuina.

Y también está el desconcierto absoluto. ¿Cómo se hace para cuidar a alguien tan chico sin tener nada de experiencia? ¿Es posible aceptar un cambio de vida tan rotundo y no sentirse preso de la tragedia? ¿Cómo saber qué es mejor para una niña de 7 años que perdió a su madre en circunstancias tan desgarradoras? Un mérito insoslayable de Amanda es la recreación de los atentados de noviembre 2015 en París de una manera alusiva e indirecta. Lo que ocurre acá no es lo que ocurrió en la vida real, pero a la vez sí lo es. Lo que importa no es mostrar la masacre, sino el saldo macabro, y para eso Mikhaël Hers hace un uso admirable de la elipsis y el fuera de campo.

Isaldre Multrier es excepcional como la niña que pierde la inocencia de la noche a la mañana. El modo en el que construye su personaje, casi sin proponérselo, es admirable. Y la conexión con Vincent Lacoste es tan auténtica como entrañable. Los otros actores también contribuyen a trazar, en mayor y menor medida, un estado de las cosas que se va revelando complejo y sinuoso. Porque nadie tiene soluciones listas para nada.

Quizás se le podría objetar a Amanda, la película, cierta voluntad de alivianar el drama a través del significado que tiene asistir a un partido de Wimbledon en Londres, donde hay un reencuentro largamente demorado. Pero a no equivocarse. Aquí nadie dice que estas heridas se cerraron para siempre. Digamos más bien que es tiempo de tener una tregua.

Amanda (Francia, 2018). Puntaje: 7

Dirigida por Mikhaël Hers. Escrita por Mikhaël Hers, Maud Ameline. Con Vincent Lacoste, Isaure Multrier, Stacy Martin, Ophélia Kolb, Marianne Basler, Jonathan Cohen, Greta Scacchi. Fotografía: Sebastien Buchman. Música: Anton Sako, Matthieu Sibony. Montaje: Marion Monnier. Duración: 107 minutos.