Baldío, de Inés de Oliveira Cézar

“Las imágenes que aparecieron me llevaron a la elección del blanco y negro y del título “Baldío”. Si bien era una sensación, me dio mucha curiosidad consultar el diccionario. Baldío: 1- (terreno) Que no se cultiva ni se labra. 2- (esfuerzo, empeño) Que resulta inútil porque no ofrece ningún resultado. ¿Cómo transmitir la impotencia, el esfuerzo de una madre en su intento por ayudar a su hijo? ¿Cómo contar la coexistencia de estos mundos, el espectáculo, lo marginal y lo íntimo, cuando confluyen en un mismo punto, cuando se concentran en una misma persona?”, dice la directora Inés de Oliveira Cézar acerca de su nueva película estrenada en la sección Noches especiales del BAFICI 2019 y ahora exhibida en varias salas de Argentina,

Entre otras cosas, Baldío tiene algo único que la hace inolvidable: la presencia de la gran Mónica Galán como protagonista, quien falleció en enero de este año a causa de una enfermedad, sabiendo que no iba a llegar a asistir el estreno. Ya desde sus inicios, Galán y Oliveira Cézar trabajaron juntas para darle forma a una película que surgió a partir de experiencias que las dos mujeres fueron compartiendo a lo largo de los años. Aún sin ser una película autobiográfica, se puede percibir que hay una entrega muy personal y sentida para con una temática que es tan ardua como compleja. Como en las otras obras de la directora, el compromiso afectivo es absoluto. Y tiene mucho sentido porque Baldío está anclada en el peso de los afectos que cuesta muchísimo dejar de lado. Porque, para bien y para mal, los lazos de sangre son eternos.

Brisa (Mónica Galán) es una reconocida actriz en pleno rodaje de su próxima película. Como todos los rodajes, el proceso a veces es un tanto caótico y el director (Rafael Spregelburg) hace lo que puede para ordenarlo todo – pero no siempre lo logra. Por su parte, Brisa se adapta con profesionalismo a los vaivenes del rodaje, sin ataques de diva ni quejas caprichosas. Pero aunque se la note en control de situaciones varias, también se nota que tiene la cabeza ocupada con cuestiones ajenas a la película. Es como si estuviera en dos lugares a la vez.

Porque su hijo (Nicolás Mateo) es adicto a drogas varias, está en situación de calle – a veces deambula solo, otras veces se junta con otros adictos – y recurre a su madre cuando necesita dinero o para robarle cosas que vende de inmediato. Y por más que Brisa intente ayudarlo, una y otra vez, su hijo no cumple con ningún tratamiento ambulatorio ni acepta ser internado para desintoxicarse. Es éste el baldío que enfrenta Brisa: el del esfuerzo inútil que nunca cambia nada.

Fotografiada con toda la belleza de un pulido y contrastado blanco y negro, Baldío sigue a Brisa en todo su recorrido con la distancia suficiente como para no invadirla, pero también con la cercanía necesaria para estar junto a ella y no observándola desde afuera. La mirada de Cézar es lúcida y empática, de ahí entonces que el retrato de Brisa y de sus estados de ánimo sea tan sensible y sensorial.

Baldío es una película intimista que hace un muy buen uso del diálogo, sobre todo al establecer un tono cohesivo que no se quiebra nunca. Todos sabemos que el tono, muchas veces, es más revelador que los contenidos en sí mismos. Y aún siendo una película dialogada también es cierto que muchas veces los silencios, pausas y sonidos son más elocuentes que cualquier otra cosa. Aparte, lo que el discurso elige no decir da pie a que hable el cuerpo. Y si bien el cuerpo de Brisa es resistente, también es un cuerpo exhausto que quiere descansar un poco.

Hay muestras de cómo el Estado se desliga de los cuerpos que no le importan, es decir los cuerpos enfermos de los adictos y los pobres abandonados a su suerte. Es evidente que no hay una red de asistencia y recuperación que resulte efectiva y duradera. Entonces, el derrotero de los familiares y amigos es cada vez más doloroso. ¿Cómo se hace para estar con Otro sin quedar atrapado? ¿Cómo se hace para seguir viviendo lo cotidiano sin perder el equilibrio? ¿Acaso es posible?

Por lo pronto, aquí no hay respuestas a estos interrogantes. Baldío no es una película depresiva ni mucho menos, pero a veces es perturbadora porque nos muestra una realidad que muchos no quieren ver. El sufrimiento de los otros, de los enfermos y de quienes intentan ayudarlos, es lacerante y las heridas y cicatrices no se cierran nunca – apenas se alivian un poco.

Tal vez el lo mejor sea continuar intentando cambiar el estado de las cosas aunque los logros, si los hay, sean ínfimos. También es esencial dar un paso al costado cuando sea necesario. Porque una cosa es poner el cuerpo para ayudar y otra muy distinta es inmolarse. Éste es el frágil equilibrio que Brisa intenta mantener, aún con las caídas y los golpes. Muchas veces lo consigue. Otras no. Y es entonces cuando la tristeza escondida se asoma y tiñe todo el escenario.

Mientras tanto, Brisa tiene la actuación y el cine como espacios donde la vida no es sufrida. Son oasis en el medio del desierto, espacios vitales siempre presentes. De eso también se trata Baldío: del vaivén eterno entre la luz y la oscuridad. Tal como nos pasa a todos en nuestras vidas de todos los días.

Baldío (Argentina, 2018) Puntaje: 8

Dirigida por Inés de Oliveira Cézar. Escrita por Saula Benavente, Inés de Oliveira Cézar. Con Mónica Galán, Gabriel Corrado, Nicolás Mateo, Rafael Spregelburg, Mónica Raiola, Martín Pavlovsky, Lalo Rotavería, María Figueras, Agustina Muñoz, Nahuel Viale, Dalila Cebrián, Alberto Suárez, Alejandro Vanelli, Luis Brandoni, Leonor Manso, Ronnie Arias, Cecilia Dopazo. Fotografía: Federico Bracken. Dirección de arte: Graciela Galán. Montaje: Ana Poliak. Sonido: Gustavo Pomeranec, Adrián Rodriguez, Fabio Pécoro. Música: Gustavo Pomeranec. Producción ejecutiva: Saula Benavente.