Cementerio de animales, de Kevin Kölsch, Dennis Widmye

Es mejor decirlo de entrada y sin ánimo de ofender a sus fans que la convirtieron en una película de culto: nunca pensé que la versión original de 1989 de Cementerio de animales, guionada por Stephen King y dirigida por Mary Lambert, fuera una gran película, ni mucho menos. Muchísimas otras películas de terror del mainstream más formulaico de los 80 – incluyendo slashers sin muchas aspiraciones – son mucho más efectivas. Que Stephen King es un maestro dentro de la literatura de terror no se discute. También es indiscutible que Cementerio de animales es una de sus mejores novelas. Sin embargo, con eso no alcanza.

Porque también es un hecho que, salvando honrosas excepciones como Creepshow, King es un pésimo guionista. De hecho, las mejores versiones cinematográficas de sus cuentos y novelas siempre las hicieron otros directores junto a otros guionistas – pensemos en Salem’s Lot, Carrie, El resplandor, Christine, o incluso en Misery. Y la presencia de Mary Lambert tampoco ayuda mucho. Porque si bien dirigió muy profesionalmente algunos de los mejores videos de Madonna y también de otros artistas consagrados de música pop, sus películas para televisión y las series en las que participó son bien del montón. Ni buenas ni malas, todas arañando el promedio y sin vuelo alguno.

Y todo lo anterior se nota mucho en Cementerio de animales (1989). Con una puesta en escena chata y televisiva, con actores con muy pocos recursos (excepto el memorable Fred Gywnne en un importante rol secundario) y personajes que no pasan de ser bosquejos, un tono tan grave como tedioso y una dramaturgia en la que todo se habla, todo se explica y pasa poco y nada, recién en la última media hora el miedo – pero no el terror – entra en escena. Hay algunas imágenes impactantes y violentas, es cierto: el niño-muerto-vivo atacando a su madre y a su vecino, entre algunas otras. Y el tono se vuelvo ominoso, con no pocos momentos de crueldad. Pero son fragmentos escalofriantes dentro de un todo insulso.

Por eso esperaba con ganas, aunque con reparos, la remake dirigida por Kevin Kölsch y Dennis Widmyer (quienes en 2014 estrenaron la singular e impredecible Starry Eyes) y guionada por Jeff Buhler (quien en 2008 nos estremeció con la violentísima The Midnight Meat Train). Y fue un placer comprobar que, sin ser una obra maestra ni una innovación dentro del género, la nueva versión de Cementerio de animales funciona muy bien en sus propios términos y es bastante mejor que la media del cine de terror mainstream contemporáneo. No hace falta decir que es muy superior a la original.

La historia, tal como la narra la novela, ya es bien conocida así que a esta altura no hay spoilers. Un médico y su esposa con sus hijos pequeños – un niño y una niña – se mudan de Boston a un pueblito de Maine en busca de una vida más tranquila y familiar. Ni bien llegan descubren un viejo cementerio indio escondido en el bosque próximo a su nueva casa. A través de un vecino, el médico descubre que ese cementerio tiene el poder de revivir a los muertos que allí se entierran.

¿Quién no querría burlar a la muerte? Parece ser lo mejor para evitar el sufrimiento de los niños cuando ocurre la muerte inesperada del gatito de la familia. Y parece ser la salvación ante otra muerte insoportable: la del niño atropellado por un camión a metros de su casa y a los ojos de sus propios padres. Aunque todo tiene su precio, eso ya se sabe. En este caso, los animales o personas enterrados en ese cementerio pueden revivir, pero no vuelven a ser los mismos que antes. Se parecen a como eran, pero son distintos. Y no para bien.

En general, esta remake es más fiel a la novela en tanto desarrolla mejor subtramas importantes (que en la película original apenas aparecían) que le dan profundidad al conflicto central – toda la historia de la hermana de la madre es ahora más tétrica. También los personajes tienen otra carnadura, se van construyendo de a poco, sin caprichos del guión por hacer avanzar la trama y con actores que sí saben actuar – John Lithgow en el rol del vecino es un acierto. Es fácil empatizar con la angustia y el miedo de los padres ante el impacto que la muerte puede provocar en sus hijos. Pero, antes que eso y aunque la pareja intente disimularlo, lo que aquí está en juego es lo que la muerte representa para ellos. Que no es sino un vacío infinito e intolerable. Algo parecido a lo que nos pasa a todos nosotros.

Los cambios respecto a la novela, no muchos pero sí muy significativos, le dan otra identidad a esta nueva versión. Se conserva la esencia del conflicto original, pero hay un giro inesperado que revela otras aristas y construye otra lógica. Aquí hay una familia que no se quiere o no se puede separar. Está la imposibilidad de soltar, que es casi la misma para los vivos y los muertos-vivos. Como si toda familia tendiera, ante la amenaza de la disolución eterna, a rearmarse como sea, tanto en la vida como en la muerte. Oscilando entre el drama más bien realista y el terror sobrenatural, esta Cementerio de animales es escalofriante por lo verdadera que se siente.

También hay no poca tensión, suspenso bien sostenido y malestar creciente, un ritmo ágil e in crescendo, un terror en fuera de campo que da más miedo cuando entra en campo, efectos especiales que impactan pero no distraen y, sobre todo, un clima envolvente de oscuridad y ese algo siniestro que de a poco se va apoderando de todo y de todos.

Y aún cuando no todo funciona bien – hay escenas de ejecución un tanto mecánica, momentos que se anticipan terroríficos y luego no son tales, ciertas decisiones un poco forzadas y no muy lógicas – este nueva versión de un clásico del terror nos invita a observar con angustia y miedo cómo los otros se enfrentan a las consecuencias de no poder aceptar algo tan natural y desolador como la muerte. Ya nos llegará el momento a nosotros.

Cementerio de animales (Pet Sematary. EEUU, 2019). Puntaje: 7

Dirigida por Kevin Kölsch, Dennis Widmyer. Escrita por Jeff Buhler, basado en la novela de Stephen King. Con Jason Clarke, Amy Seimetz, John Lithgow, Jeté Laurence, Hugo Lavoie, Lucas Lavoie. Fotografía: Laurie Rose. Montaje: Sarah Broshar. Duración: 101 minutos.