Digámoslo de una vez: a Green Book los premios a mejor película y mejor guión original le quedan grandes. Sí, ya sé, no sorprende a nadie. Lo que sí es justo es el premio a mejor actor de reparto para Mahershala Ali – de hecho, es su interpretación y la de Viggo Mortensen lo más digno que tiene Green Book. Eso sí, siempre y cuando uno acepte que sus personajes sean tan predecibles, tan unidimensionales, tan forzosamente queribles. Es que son protagonistas de una película con las mismas características. Es de imaginar que la historia real en la que se basó Green Book debe haber sido bastante más compleja. Pero esto es Hollywood. Y en ese sentido Green Book no engaña: está diseñada y realizada para un consumo masivo e inmediato. Y no hace ningún esfuerzo por disimularlo.
Con razón, ha sido comparada con Driving Miss Daisy, que también ganó el Oscar a mejor película e hizo que los blancos no se sintieran tan mal por la historia de racismo en los EEUU. Es Driving Miss Daisy a la inversa, en realidad, porque en Green Book en vez de un chofer negro hay uno blanco, ítalo-americano del Bronx, que se llama Tony “Lip” Vallelonga (Viggo Mortensen) y que usualmente trabaja como seguridad en un bar. Pero cuando el bar tiene que cerrar durante dos meses, Tony necesita compensar la falta de ese ingreso y por eso acepta un trabajo como chofer de Don Shirley (Mahershala Ali), un prestigioso pianista clásico afroamericano que tiene que hacer una gira por distintos establecimientos del Sur profundo, algo bastante peligroso para cualquier negro a comienzos de los ’60. Por eso, ¿qué mejor que tener un chofer blanco que se impone a cualquiera a fuerza de persuasión y violencia ocasional? Y esto, potencialmente, es material legítimo para una buena comedia porque, aquí se pueden dar situaciones impredecibles, hay mucho para explorar y Green Book, en parte, lo hace y lo hace bien.
Mezcla de comedia y road movie, con voluntad de drama liviano, la película narra el viaje a través de una Norteamérica racista y conservadora de dos individuos opuestos en muchos sentidos que van a sufrir una transformación y terminarán siendo complementarios. Porque el negro es culto, habla muy bien, es sofisticado y elegante, mientras que el blanco es bruto, habla mal, es muy básico y de elegante no tiene nada. Aún así, o justamente gracias a sus diferencias, se van a necesitar el uno al otro a lo largo del camino, van a saber ver más allá de los condicionamientos de clase, etnia y orientación sexual, van a descubrir más de su propia humanidad y de la del otro, también.
Como en toda road movie, acá lo que importa es el viaje y no tanto el destino. Aún así, la historia tiene un final con moño y todo. Algunos dirán que el final a lo Qué bello es vivir, de Frank Capra – con nieve, reunión familiar de Navidad, sonrisas y amor para todos – es una cita ingeniosa y un homenaje al cine clásico. Puede ser. Solo que en las películas de Capra uno siempre desconfía un poco de tanta felicidad, como si el propio director no se lo creyera del todo y por eso, justamente, lo remarca. Eso no pasa en Green Book porque a Peter Farrelly le interesa que la felicidad sea de verdad, sin ironía.
Pero que sea Farrelly el director sí parece una ironía. Porque, junto con su hermano Bobby, dirigió algunas de las comedias más irreverentes, extremas y desvergonzadas de los 90’: Tonto y Retonto, Loco por Mary, Yo, yo mismo e Irene. Películas que no tienen nada que ver, ni en su forma ni en sus contenidos, con la corrección política y la narrativa tan aceitada y desprovista de riesgos de Green Book. Lo que sí se nota y mucho es el profesionalismo de Farrelly a la hora de dirigir a sus actores, de hacer avanzar la historia con la agilidad y el tempo exactos, de darle a cada plano un sentido narrativo y de saber muy, pero muy bien qué quiere decir y cómo quiere decirlo. Y eso sí es un mérito. Porque filmar así de bien no es nada fácil. Y, por supuesto, también se nota que su talento para la comedia sigue siendo impecable. En tanto cine, Green Book es mejor que Driving Miss Daisy.
Lo que es objetable es otra cosa. O, mejor dicho, son varias otras cosas. Porque Green Book elige ser ingenua en la representación de un tema delicado y con zonas muy oscuras. El racismo y la historia del racismo en los EEUU no es cualquier cosa, y elegir resolver situaciones irresolubles a fuerza de afecto, empatía y comprensión puede ser bastante irresponsable. Hacer una película que exprese obviedades tales como lo mal que está maltratar y discriminar a los negros, o que un ítalo-americano medio pobre es tan “negro” como cualquier negro a los ojos de los blancos con dinero, o que no todos los blancos son malos, o que al final blancos y negros no son tan diferentes… ¿qué necesidad hay de hacer una película que diga estas cosas?, ¿cómo no ver lo condescendiente de estas conclusiones, aún si la intención no fue ésa?, ¿por qué querer a toda costa que todos, blancos y negros, no se sientan tan mal con el racismo que los rodea, entonces y ahora?
A la vez, y aunque esto parezca una contradicción, no da la sensación que Green Book sea una película realmente taimada (como sí lo era La forma del agua), no busca hacer pasar gato por liebre ni manipular sigilosamente a sus espectadores. No es pretenciosa ni esconde su agenda. Su humanismo es genuino, pero es simplista. Su confianza en la posibilidad de vínculos amorosos es conmovedora porque es real, pero también es problemática cuando se plantea como mirada colectiva porque ahí sí que es insostenible. Es que se está hablando del racismo y se está dejando de lado todo lo irresoluble. Y por más que el final feliz de la historia corresponda tal cual a lo que ocurrió en la vida real, y por ende hable solo de esto de estos personajes, lo cierto es que la película lo proyecta como un universal posible para todos. Nadie puede comprar tanta ingenuidad.
Hay que pensar que en la categoría mejor película también estaban Pantera negra y El infiltrado del KKKlan. Son películas que trabajan sobre el racismo de una manera osada, sin concesiones, desafiante. No intentan conciliar miradas ni tender puentes. Y no fueron elegidas como mejor película. Claro que darle el Oscar a mejor guión adaptado a la película de Spike Lee es un reconocimiento importante. ¿Quién puede dudarlo? Pero que pierda frente a Green Book es todavía más elocuente.
Green Book: Una amistad sin fronteras (Green Book, EEUU, 2018) Puntaje: 6
Dirigida por Peter Farrelly. Escrita por Nick Vallelonga, Brian Currie, Peter Farrelly. Con Viggo Mortensen, Mahershala Ali, Linda Cardellini, Sebastian Maniscalco, Dimiter D. Marinov, P.J. Byrne. Fotografía: Sean Porter. Montaje: Patrick J. Don Vito. Música: Kris Bowers. Duración: 130 minutos.