Cold War, de Pawel Pawlikowski

Ganadora del premio a Mejor Director en el Festival de Cannes, Cold War, del realizador polaco Pawel Pawlikowski, es un buen ejemplo de cómo y por qué una película puede, efectivamente, merecer el premio a la mejor dirección y, sin embargo, no necesariamente ser una película sobresaliente. Porque Cold War no podría estar mejor realizada: desde la magnífica y deslumbrante fotografía en un lustroso blanco y negro hasta la meticulosa puesta en escena, pasando por un montaje impecable y un muy expresivo diseño de sonido, todo tiene refinado sentido estético. Y no es, bajo ningún aspecto, un ejemplo de una estética vacía que simplemente se contenta con su belleza.

No obstante, es en la misma dramaturgia donde residen las flaquezas de este melodrama de amor fou, de encuentros y desencuentros, con un sesgo autodestructivo, entre una bellísima y joven cantante y un músico mayor que ella, opuestos también en otros sentidos, que se conocen en la Polonia comunista de posguerra en 1949 y continúan con su affair, de forma intermitente y fragmentada, hasta 1964, luego de deambular por ciudades de Polonia y Francia.

Es una historia de amantes al filo de la perdición que está atravesada por las tensiones entre los artistas y el régimen comunista, refleja los conflictos de la época y proyecta un panorama general más abarcador, siempre con la figura de Stalin de fondo, sin necesariamente entrar en un sinnúmero de detalles de carácter socio-políticos. Con admirable economía narrativa, en este sentido Pawlikowski logra decir mucho con poco.

En lo que se queda corto es en profundizar en la naturaleza del amor y transmitir que esta pareja está realmente apasionada. Justo en la construcción del vínculo que tanto debe importarnos es donde hay distancia y frialdad. Por eso, entre otros motivos, se hace difícil sentirse involucrado con una historia de amor que se supone extremadamente conmovedora.

Pero, antes, veamos otros aspectos de la trama. Cold War comienza en 1949 cuando Wiktor (Tomasz Kot), un músico culto y urbano, viaja a Polonia con sus colegas para armar una troupe de músicos folklóricos. En las audiciones conoce a Zula (Joanna Kulig), una chica provinciana y muy segura de sí misma, y queda más embelesado con su belleza y su presencia que con su voz – que, de todos modos, tiene “un algo” indefinible que la hace especial. Aparte, un hecho considerablemente riesgoso en el pasado de Zula hace que le resulte aún más atractiva.

Casi de inmediato, Wiktor y Zula comienzan, no sin pocas complicaciones, una relación amorosa que va a sufrir los cambios de la Historia, que no son pocos ni gratificantes. Pronto, una idea queda bien clara. En estos tiempos de postguera, en esta geografía, el amor puede llegar a ser una tarea imposible. Deseable, eso seguro, pero imposible.

Por otra parte, está la música. Porque Zula va a protagonizar excelsos números musicales en la troupe, con un repertorio que incluye canciones folklóricas, jazz, y rock – entre otras melodías. Más allá de lo seductor de la música en sí misma, queda claro que la idea es, también, que los números musicales funcionen narrativamente, expresando lo que los amantes no dicen y dando cuenta del camino de la Historia. En este terreno no hay nada para objetar.

Ahora sí, volviendo al drama de los amantes. Desde la dramaturgia, hay una elección que no deja un buen saldo. Porque Pawlikowski apuesta a una narrativa episódica, con varias elipsis muy importantes, que no dejan mucho tiempo de pantalla ni espacio para mostrar cómo el vínculo se va construyendo y donde reside la razón de ser de la supuesta pasión. Por qué los amantes están tan enamorados es algo que se da por sentado. Se ven los gestos de amor, se ven los actos y las miradas. Pero ese amor no conmueve. Está más representado que vivido.

A su vez, que la fotografía sea tan elaborada y deslumbrante, que esté tan arriba de los personajes, hace que uno esté más atento a la belleza visual y a su poder de captura que a, precisamente, los personajes y sus conflictos. Cada plano es una fotografía perfecta y sí expresa una idea o una emoción o una mirada sobre el mundo. Pero ahí queda, en ese plano en sí mismo, no se traduce en un relato que le de vida a todo el resto. Es instantáneo, momentáneo. Impacta, pero pronto se desvanece.

Lo más curioso es que Pawlikowski ganó un muy merecido Oscar a Mejor Película Extranjera con Ida, una película con un elaboradísimo y precioso diseño visual que nunca opacaba el drama de su protagonista, que se iba profundizando minuto tras minuto, hasta llegar a un final sumamente conmovedor. Es que en Ida, eran los personajes los que siempre estaban en el centro.

Cold War (Zimna wojna, Polonia, Francia, Reino Unido, 2018). Puntaje: 7

Dirigida por Pawel Pawlikowski. Escrita por Janusz Glowacki, Pawel Pawlikowski. Con Joanna Kulig, Tomasz Kot, Borys Szyc, Cédric Kahn, Jeanne Balibar, Adam Woronowicz, Adam Ferency. Fotografía: Lukasz Zal. Montaje: Jaroslaw Kaminski. Duración: 88 minutos.