“Quería retratar el personaje de Marcos como alguien que hace, que lleva adelante su propio deseo, decidido y desprejuiciado. Es un personaje que nos sorprende, y quería retratar así su personalidad impulsiva e incluso imprevisible. La idea era estar cerca del personaje, con la cámara muy cerca de su rostro, pero al mismo tiempo sin poder leer inmediatamente lo que piensa o siente”, dice Martín Rodríguez Redondo acerca de Marilyn, su ópera prima presentada en los festivales de Berlín, BAFICI y San Sebastián, y ganadora de los premios a mejor película en el Festival de Cine Queer Lisboa 22 y en el Tel Aviv International LGBT Film Festival.
Inspirada en hechos reales de las secciones policiales de los medios locales, Marilyn es la historia de Marcos, un adolescente gay de diecisiete años apodado Marilyn por otros adolescentes del pueblo, que descubre su sexualidad en un entorno de mucha agresividad. También descubre que se siente muy cómodo maquillándose, usando pelucas y ropa de mujer, y que si tan solo pudiese vivir en otro lugar, lejos de tanto maltrato, bien podría transformarse en una chica transexual.
Marcos (Walter Rodríguez), sus padres (Germán De Silva y Catalina Saavedra) y su hermano (Ignacio Giménez) son puesteros en una estancia. El padre y el hermano se encargan de las tareas más arduas mientras que Marcos hace otros trabajos junto a su madre en la casa. Así, entre la monotonía y el deseo reprimido transcurre su vida, sin nada ni nadie que lo conmueva. Excepto por la llegada del carnaval. Porque mientras duran los festejos, todos se disfrazan y juegan a ser otros. Para Marcos es al revés: vestido como una chica finalmente puede ser él mismo a los ojos de todos.
Pero el carnaval dura apenas unos días. Antes y después Marcos sufre una vida de explotación laboral, discriminación silenciosa y explícita, y bullying por parte de su familia y de los lugareños, sin tener a alguien a quién amar. No debería sorprender, entonces, que tanta opresión y soledad puedan tener consecuencias irreparables. Incluso trágicas.
Marilyn, la película, tiene no pocos méritos, más todavía considerando que es una ópera prima. Lo que primero llama la atención es el tono: no estridente, pero sí combativo, nunca distante pero tampoco abrumador en su cercanía, emotivo pero no melodramático. Todo en perfecto equilibrio. Rodríguez Redondo encuentra, dentro del realismo, un modo muy convincente y muy claro de decir las cosas, pero no hace de su protagonista un portavoz de ideas, un vehículo que explique la ideología de la película. Porque antes que nada y sobre todo, Marilyn es un estudio de un personaje, una mirada sobre su fragilidad y su fortaleza en tanto cuerpo deseante y cuerpo deseado. Es que la transexualidad de Marilyn es, para muchos, tan amenazante como movilizante. De no ser así, pasaría desapercibida. Y eso no ocurre nunca.
Como su director ha señalado, el de Marcos no es el único cuerpo que se pone en juego aquí. Dentro de un sistema opresivo, la familia de Marcos está acorralada y sometida por el trabajo por parte del patrón, y Marcos, a su vez, está acorralado sexualmente por su propia familia y por el pueblo entero – con excepción de, aparentemente, una sola amiga que lo acompaña con lealtad y afecto. ¿Cómo salir al mundo, entonces, cuando el mundo es tan adverso? ¿Cuán elevado es el precio que hay pagar? ¿Es posible ser uno mismo sin autodestruirse y destruir a otros en el camino?
Es indispensable tener un actor que sepa cómo ponerse en la piel de Marcos/Marilyn sin recurrir a los mismos gestos y tics de siempre cuando se trata de representar personajes con sexualidades diferentes a la norma. Walter Rodriguez, un actor no profesional que aquí hace su debut en la pantalla grande, es todo un hallazgo. Su Marcos es introvertido y retraído, pero también desafiante y rebelde. Se lo ve calmo, pero se intuye que detrás de esa calma hay una tormenta a punto de desatarse en cualquier momento Se lo ve en control, pero se presiente que, a veces, apenas puede mantenerse en pie. Físicamente, Marcos es un chico muy lindo, de rasgos delicados y seductores, con un aire misterioso y transparente a la vez. Como Marilyn, es una chica bonita y muy sensual, más libre y menos a la defensiva. Sobre todo, es una persona luminosa.
Hasta los últimos quince minutos, Marilyn es una película sin fisuras. Su estética es cohesiva, su dramaturgia es orgánica y su discurso es impecable. Pero el desenlace hace ruido. No porque no sea verosímil (de hecho, en la vida real la historia terminó de un modo casi idéntico) sino por cómo se llega hasta ese final. Se entiende que pretende ser imprevisto y sorpresivo, y si bien lo es también es cierto que es demasiado abrupto, como si faltaran unas cuantas escenas de transición previas que den cuenta del proceso interno del personaje. Desde la dramaturgia, no se ha generado del todo el impulso necesario para darle peso de verdad a un final tan contundente. Así como está se siente un poco forzado.
Dejando ese pequeño reparo de lado, Marilyn es una película que, para bien, no se olvida fácilmente. Incluso se puede tornar más enriquecedora en una segunda visión. Y destila una profunda honestidad emocional, sin ser nunca políticamente correcta. Es una película que está viva y pelea. Por eso, entre otras cosas, es tan necesaria.
Marilyn (Argentina, Chile, 2018). Puntaje: 7
Dirigida por Martín Rodríguez Redondo. Escrita por Mariana Docampo, Mara Pescio, Martín Rodríguez Redondo. Con Walter Rodríguez, Catalina Saavedra, Germán De Silva, Ignacio Giménez, Rodolfo García Werner, Andrew Bargsted. Fotografía: Guillermo Saposnik. Montaje: Felipe Gálvez. Música: Kumbia Queers, Laurent Apffel. Duración: 80 minutos.