Lady Bird es la segunda película escrita y dirigida por Greta Gerwig, después de Nights and Weekends, co-dirigida con Joe Swanberg, en 2008. Pero Lady Bird se parece más en tono y estilo a Frances Ha (2012) y a Mistress America (2015), dos películas que ella co-escribió con su pareja Noah Baumbach y en las que también actúo. La estructura se reconoce enseguida: escenas breves y al grano, diálogos y actuaciones naturalistas, punzante comentario social y político, y un remate con timing preciso para pasar la próxima escena. Una sucesión de viñetas, si se quiere, que va dando forma a una narrativa que a veces puede ser impredecible, mientras que otras veces se nota calculada.
Sea como fuere, lo que importa de verdad es la sensación de espontaneidad y de realismo, y Lady Bird sí transmite la impresión de estar asistiendo a algo nuevo que toma forma mientras uno lo observa, en vez de estar siendo testigo de una historia ya contada muchas veces. Y que la extraordinaria Saoirse Ronan sea la actriz que le da vida a un personaje tan encantador en su inconformismo y vulnerable en su afectividad hace que ver Lady Bird sea una experiencia inusualmente placentera. Ojalá se lleve alguna de las cinco nominaciones a los Oscars, que incluyen Mejor Película y Mejor Actriz, aunque se sabe que Frances McDormand es la gran favorita por Tres anuncios para un crimen.
Se dice, también, que la historia de Lady Bird es autobiográfica, al menos en parte. Gerwig nació en Sacramento, California, en 1983 y por eso mismo en el 2002, tiempo en el cual transcurre la acción de la película, Gerwig terminaba la escuela secundaria, como Lady Bird lo hace en la ficción. A decir verdad, Lady Bird es el apodo que la protagonista da a sí misma, ya que su nombre verdadero es Christine, pero no le gusta.
Porque no siente que la representa. Y tampoco siente que la representa su vida en esa ciudad californiana que no tiene nada ni de Los Ángeles ni de San Francisco. Es como estar en la nada misma. A sus 17 años, Lady Bird ya sabe que hay un lugar en el mundo para ella, pero bien afuera de Sacramento, muy preferentemente en la costa oeste, en New York, por ejemplo. Pero, mientras tanto, tiene que terminar el último año de la secundaria en una escuela privada religiosa que si bien de terrible no tiene nada, tampoco parece ser muy estimulante.
O quizás sea el prisma con el que Lady Bird todo lo ve. Porque en plena adolescencia la mirada siempre está teñida de una bienvenida beligerancia. Y también de compañerismo, y ahí entonces está su mejor amiga Julie (Beanie Feldstein), con quien comparte ansiedades y expectativas, y también charlas sobre sexo, novios, y bailes de graduación. No tiene la mejor de las relaciones con su hermano, pero es evidente que hay afecto detrás de la distancia aparente. Sí se lleva muy bien con su padre, Tracy Letts, un hombre generoso y comprensivo que acaba de perder su trabajo (los apuntes sobre la recesión económica y sus consecuencias no son pocos a lo largo de toda la historia).
Tiene, al mismo tiempo, una relación ambivalente con su madre, (Laurie Metcalf), que no es la más empática de las mujeres aunque tampoco la más desamorada. Es una de esas madres que si bien puede sentir profundo amor por sus hijos, de ahí a que exprese ese amor hay un abismo. Sin embargo, hace lo que puede, y eso hoy en día no es poco. Quizás la figura femenina adulta más protectora sea la de la directora de la escuela religiosa (Lois Smith), que ve en Lady Bird un gran potencial para ser, básicamente, lo que ella quiera ser. Eso es una vez que se decida a dejar de estar enojada con ser quien es.
Si todo suena muy típico de los relatos de iniciación, es porque lo es. No hay casi nada nuevo en el nivel de los contenidos. A Greta Gerwig no le interesa narrar una historia que marque un antes y un después, en ese sentido. Pero eso no quiere decir que esté contando la misma historia que cuentan tantas películas norteamericanas similares.
Porque acá la diferencia está en todo lo que los detalles revelan, y esos detalles pueden ser los inteligentes remates de una conversación o un corte a un plano que resignifique, en segundos, el sentido de la escena. O que los que los diálogos se corten justo cuando ya amenazarían con ser demasiado inteligentes, o cuando la ironía ya sería excesiva. Hay aquí un arte del montaje que es poco común en este tipo de cine independiente que tiende a ser innecesariamente reiterativo. Que todos los personajes estén interpretados sin un paso en falso, que todos los actores sean tan naturales, tampoco es tan común.
Y está la sensibilidad en la mirada y el tono general de cierta melancolía y desilusión. El noviecito interpretado por Lucas Hedges no va a poder ser el príncipe azul soñado, y tampoco el que venga después. Hay voluntad de cercanía entre madre e hija luego de una gran pelea, pero el ansiado reencuentro quizás no se concrete a tiempo. Y hay algunos otros momentos de angustia y están bien disimulados dentro de las sonrisas y las caricias.
A la vez, también es verdad que eventualmente Lady Bird apuesta por lo más luminoso y hasta por lo reconciliador, como lo muestra el final demasiado tranquilizador e innecesariamente formulaico. Pero, aún así, con estos pequeños reparos, Gerwig muestra que sabe muy bien qué tipo de cine quiere hacer, que sabe cómo hacerlo, y que es un cine que tiene texturas y matices bien personales. Y se siente muy vivo.
Lady Bird (EEUU, 2017) Puntaje: 8
Dirigida y dirigida por Greta Gerwig. Con Saoirse Ronan, Laurie Metlcalf, Tracy Letts, Lucas Hedges, Timothée Chalamet, Beanie Feldstein, Lois Smith, Stephen Henderson, Odeya Rush. Fotografía: Sam Levy. Música: John Brion. Montaje: Nick Houy. Duración: 94 minutos.