Una mujer fantástica, de Sebastián Lelio

Nominada al Oscar a Mejor Película Extranjera, Una mujer fantástica, dirigida por el chileno Sebastián Lelio, tiene dos méritos indiscutibles, uno mayor que el otro. En primer lugar, la muy convincente, matizada y sentida interpretación de la actriz trans Daniela Vega como Marina Vidal. Después, el tono de la historia, ni beligerante ni pacífico, sino de lucha contenida que se abre camino de a poco. Hay, también, algunos otros logros –casi todos los actores, en mayor o menor medida, están más que correctos, y también hay un par de muy buenos momentos intimistas- pero lo que realmente sobresale es la entrega de su fantástica protagonista, presente en casi todas las escenas.

Marina Vidal es una muy atractiva mujer trans de casi 30 años que trabaja como camarera durante el día, mientras que de noche canta en un boliche. Desde hace ya un buen tiempo está en pareja con Orlando (Francisco Reyes), un hombre de 57 años, divorciado, de un buen pasar económico, con una ex mujer a la que casi no ve y un hijo adulto. Marina y Orlando viven juntos, se los ve muy felices, y están a punto de irse de viaje juntos a las Cataratas del Iguazú. Pero, inesperadamente, una noche como cualquier otra Orlando sufre un aneurisma y aunque Marina lo lleva de inmediato al hospital, muere a los pocos minutos. Así comienza la historia de un duelo que para cualquier persona sería muy doloroso, pero para Marina, siendo una mujer trans en la conservadora sociedad chilena, va mucho más allá del dolor.

Porque por más que se cuiden las formas y ya no sea políticamente correcto explicitar el rechazo hacia esa otredad tan amenazante que representa la transexualidad, eso no significa que la ex mujer de Orlando, uno de sus hijos, la policía que investiga la muerte, y las instituciones en general vayan a dejar de condenar a Marina por haber sido la persona que Orlando amaba. Tampoco les interesa que se despida de él, porque ése es el lugar de la familia, y para ellos ella no es familia. Nadie se la va a hacer fácil. Pero a Marina no le faltan ni fuerza ni autoestima, aún a pesar de las circunstancias. O, precisamente, por las circunstancias.

Daniela Vega ya se había lucido y con creces en La visita, la historia de un hijo que vuelve a casa para el funeral de su padre… pero como hija. En La mujer fantástica construye un personaje más aguerrido, una mujer que se empodera sin pedirle permiso a nadie, femenina en su delicadeza y muy seductora con su belleza. Es también una mujer con una mirada siempre alerta que se sabe mirada, escudriñada, examinada. Por eso, a esos que la miran con ojos inquisidores, Marina los esquiva, los enfrenta, o los ignora. Claro que también están los que la miran con ojos amorosos, y con ellos ella sí puede hacer vínculos de afecto genuino, sin impostaciones ni condiciones.

En esos espacios aparece otra Marina, la más dulce y más relajada, la que no tiene que estar a la defensiva. Como en La visita, Daniela Vega consigue transmitir y proyectar cada color, cada sombra de su personaje con magistral naturalidad y conmovedora empatía. No recurre a ninguno de los tics habituales a la hora de representar mujeres transexuales, no construye desde la artificialidad. No se nota que está actuando ni por un minuto. En pocas palabras: Daniela Vega es, literalmente, Marina Vidal.

Se sabe que el afuera, el mundo heteronormativo, la ve como un hombre. Al menos, gran parte de ese mundo (es un acierto que el personaje del hermano de Orlando y la compañera de trabajo de Marina no sean transfóbicos, sino todo lo contrario). Se sabe, también, que aún guardando las apariencias la discriminación se mantiene en pie. Y no es novedad, tampoco, que de tanto en tanto va a haber un episodio que puede ser bien violento.

En este sentido, el guión de Lelio y Maza, en aras de ser ilustrativo y con las mejores intenciones, expone muchas cosas que ya se saben sin decir nada nuevo sobre ninguna. Cualquier persona medianamente familiarizada con las problemáticas de la comunidad LGTB conoce todo este escenario de memoria. Y no es que sea un error exponerlo para un público más masivo. No es ése el punto. Pero sí le juega en contra no tener una mirada más profunda, un abordaje más complejo. Porque, en gran medida, Una mujer fantástica es una película casi exclusivamente descriptiva, por momentos anecdótica. Le falta textura, densidad dramática y, sobre todo, carece del peso de una agenda política incisiva.

Así, es evidente que se desaprovechan situaciones que podrían revelar más aspectos escondidos de un universo intrincado. El conflicto potencial que se establece con la mujer policía, por ejemplo, daba para mucho más. Hay ahí material para el drama y la política que apenas se examina. Hay más para explorar en el personaje del hermano de Orlando, que apenas está esbozado (es tan importante dar cuenta de la transfobia como de la no transfobia, pero la película solo enuncia sus temas). Es que, para bien y para mal, una visión panorámica solo puede mostrar lo que se ve a simple vista.

Lo que no quita que lo que Una mujer fantástica no tiene en profundidad dramática, sí lo tiene en sensibilidad emocional. Es una película que conmueve con su honestidad y su tono afectuoso, se siente genuina porque lo es. Y eso no es poca cosa. En un mundo ideal, Daniela Vega debería tener, de ahora en más, numerosas ofertas para todo tipo de roles femeninos, sean para interpretar mujeres trans o no trans, eso ya no debería ser un tema. Pero en nuestro mundo real, lo ideal sería que tenga cada vez más roles más complejos que le permitan seguir creciendo como una gran actriz. Hay muchas más notas por tocar.

Una mujer fantástica (Chile, EEUU, Alemania, España). Puntaje: 7

Dirigida por Sebastián Lelio. Escrita por Sebastián Lelio, Gonzalo Maza. Con Daniela Vega, Francisco Reyes, Luis Gnecco, Aline Kuppenheim, Nicolas Saavedra, Amparo Noguera, Nestor Cantillana, Alejandro Goic, Antonia Zegers, Sergio Hernandez. Fotografía: Benjamín Echazarreta. Música: Nani García, Matthew Herbert. Montaje: Soledad Salfate. Duración: 103 minutos.