En mayor o menor medida, las personas de la comunidad LGBTIQ (lesbianas, gays, bisexuales, transexuales, intersex, queer) hoy podemos gozar de derechos y libertades que tres décadas atrás eran inalcanzables. También es cierto que aún falta mucho por hacer, sobre todo en relación a la situación de las personas trans, que son el sector más desprotegido y vulnerable de nuestra comunidad. Pero contamos con la Ley de Identidad de Género y la Ley de Matrimonio Igualitario, que brindan derechos concretos y también tienen un gran valor simbólico. Son leyes que han abierto caminos y han transmitido un concepto de igualdad para la toda sociedad.
Por eso hoy no es tan raro ver en la calle a un chico que bese a su novio, o una chica a su novia, o una persona trans a su pareja. Las demostraciones de afecto que antes debían ser ocultadas ahora están más a la luz. Aunque, a veces, no sean bien vistas por parte de aquellos que no aceptan la diversidad. Sea como fuere, ser lesbiana o gay o bisexual no es un gran impedimento para desenvolverse en el terreno social y laboral. Una vez más, el mundo del trabajo no le da la bienvenida a las personas trans, intersex y queer que, en términos generales, siguen siendo rechazadas y discriminadas.
El punto es que todo lo que tenemos ahora no surgió de la nada, es el resultado de una larga lucha por parte de activistas y no activistas que crearon y apoyaron gestiones, consignas y medidas antidiscriminatorias y de conquista de derechos. Y en este escenario hay un nombre que resuena más que cualquier otro: Carlos Jáuregui, el primer presidente de la CHA (Comunidad Homosexual Argentina), el que apareció junto a su pareja en la portada de Siete Días en 1984, el que hizo realidad la primera Marcha del Orgullo en 1992, el que se animó a ir a los medios y se mostró como un gay sin tapujos, el que siempre hizo de la visibilidad un pilar político. Claro que no estuvo solo porque su gran capacidad de convocatoria hizo que se rodeara de muchas otras personas que perseguían los mismos objetivos.
Como tantas otras personas que se contagiaron de HIV en los comienzos de la epidemia, Jáuregui se enfrentó al virus con mucha entereza, pero lamentablemente falleció de SIDA el 20 de agosto de 1996, unos pocos días antes de que se reformara la constitución de la ciudad de Buenos Aires, incorporando la orientación sexual como factor anti discriminatorio. Y si bien ya no está más entre nosotros, su espíritu y su legado nunca van a desaparecer. Suena sentimentaloide, pero es la pura verdad. Y a los hechos me remito. Porque hoy se estrena el sensible y muy informativo documental El puto inolvidable – vida de Carlos Jáuregui, dirigido por Lucas Santa Ana, escrito por el periodista, escritor activista Gustavo Pecoraro, y musicalizado por la guitarrista y cantante trans Karen Bennett.
Sin buscar innovar en la forma fílmica, El puto inolvidable es un documental con una estructura narrativa más bien expositiva. Tiene muy en claro qué quiere contar y lo hace con precisión y fluidez. No tiene escenas de relleno ni puntos muertos. Deliberadamente, la figura del cineasta se torna invisible para no distraer ya que aquí el gran protagonista es Jáuregui y todo lo que lo rodea. Por eso, a través de un recorrido que lleva a cabo Gustavo Pecoraro como entrevistador se realizan varios encuentros con personas vinculadas a la gesta por la conquista de todos nuestros derechos.
Así aparecen las voces de César Cigliutti, actual presidente de la CHA y amigo personal de Carlos; Ilse Fuskova, activista y fundadora de Cuadernos de Existencia Lesbiana; Alejandro Modarelli, escritor, dramaturgo, amigo personal de Carlos y fundador de GAYS DC, la segunda asociación que fundó Jáuregui al irse de la CHA; Alejandra Sardá, activista lesbiana fundadora de Las Unas y las Otras; Mabel Bellucci, autora de Orgullo, Carlos Jáuregui, una biografía política; el Pastor Roberto González, de la Iglesia de la Comunidad Metropolitana; Marcelo Ferreyra, ex activista de la CHA, fundador de GAYS DC, y amigo personal de Carlos; y Marcelo Feldman, abogado de GAYS DC y amigo personal de Carlos – entre otros.
Todos estos fragmentos de testimonios, así como el material de archivo con clips de entrevistas televisivas a Jáuregui, clips de noticieros y fotografías, no solo trazan la historia política del activismo de la comunidad LGBTIQ, sino también dibujan un afectuoso retrato de algunos de los aspectos más personales de Jáuregui. De ahí entonces que su figura esté llena de matices, en vez de mostrarlo como un mártir o un prócer.
Lucas Santa Ana muestra un acertado sentido del tempo narrativo y aprovecha al máximo las virtudes de un montaje transparente y una puesta de cámaras no invasiva. A su vez, el guión de Gustavo Pecoraro sintetiza, para bien, lo más significativo de muchos años llenos de acontecimientos diversos para construir una historia articulada con solidez. Y aunque una buena parte de lo narrado es conmovedor (parte de esa emotividad tiene que ver con la calidez y la dulzura de la musicalización de Karen Bennett) el tono nunca es lacrimógeno.
Igual de importante, aunque con menor tiempo de pantalla, es la figura de Roberto Jáuregui, el hermano de Carlos que se dedicó a la lucha contra el SIDA desde su labor en la Fundación Huésped. Porque fue así como los dos hermanos se dividieron la tarea: Carlos luchaba por los derechos civiles y Roberto contra el SIDA. En una época donde tener HIV o SIDA era una garantía casi absoluta de discriminación, Roberto fue la primera persona con HIV en hacer pública su condición, e hizo todo lo habido y por haber para prolongar su vida y la de tantos otros. Hasta que, como muchos, falleció de SIDA en 1993.
Para quienes tuvimos la suerte de compartir momentos con Carlos en los encuentros de activistas y amigos varios que se realizaban en la casa de César Cigliutti en la calle Paraná, o en las festivas noches de boliche en Contramano, o en las primeras marchas del orgullo en el seno de una sociedad homofóbica, la experiencia de ver El puto inolvidable es volver a un pasado que fue arduo y amenazante, pero a la vez significa reencontrarse con el carisma y la luminosidad de una persona muy querida que nos hizo tanto bien a todos. Muy probablemente ése sea el rasgo más loable del documental de Lucas Santa Ana: hacer que Carlos esté vivo de nuevo, aunque sea en la magia de la pantalla grande.
En cuanto a las nuevas generaciones, es necesario que sepan y reconozcan cuál fue el camino para llegar hasta donde estamos ahora. Éste es, sin duda, un film que puede ser inspirador y puede barrer con algunos de los prejuicios que todavía están presentes en el 2017. Se lo mire por donde se lo mire, Carlos realmente fue un puto inolvidable. Y a mucha honra.
El puto inolvidable. Vida de Carlos Jáuregui (Argentina, 2016) Puntaje: 7
Dirigida por Lucas Santa. Escrita por Lucas Santa Ana y Gustavo Pecoraro. Dirección de Fotografía: Pablo Galarza. Montaje Martín Senderowicz, Lucas Santa Ana. Sonido: Mariano Fernández. Música: Karen Bennett Entrevistados César Cigliutti, Ilse Fuskova, José Chaya, Marcelo Ferreyra, Alejandro Modarelli, Luis Biglié, Kado Kotzer, Martin de Grazia, Marcelo Feldman, Pastor Roberto González, Alejandra Sardá, Mabel Bellucci, Zelmar Acevedo, entre otros. Duración: 84 minutos.