Presentada en la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes y en el Festival de San Sebastián, La Novia del Desierto es una co-producción argentino-chilena, escrita y dirigida por Cecilia Atan y Valeria Pivato, que cuenta la historia de Teresa (Paulina García), una mujer de 50 y pico de años que ha trabajado durante décadas como empleada doméstica en una casa de familia en Buenos Aires. Pero es momento de vender la casa y entonces ya no tiene un lugar en esa familia. Por eso no le queda otra alternativa que aceptar un trabajo en San Juan. A regañadientes y con cierta tristeza, prepara sus cosas y abandona la casa.
Ni bien comienza el viaje, comienzan los inconvenientes: el ómnibus en el que viaja tiene un desperfecto y hay que esperar a que vengan a remolcarlo. Mientras tanto, los pasajeros caminan hasta un parador próximo, el Santuario de la Difunta Correa. Teresa recorre los puestos de los vendedores ambulantes y busca algo que le pueda gustar. En el ínterin, sin querer, pierde el bolso en el que tenía todas sus cosas. Para cuando se da cuenta, los vendedores ambulantes ya se han ido. Pero eventualmente se encuentra con un vendedor llamado El Gringo (Claudio Rissi), quien la ayudará a tratar de recuperar su bolso. De ahí en más se empieza a perfilar una historia donde los afectos van a desplazar a la soledad. Al menos, por un tiempo.
En su esencia, una historia como ésta puede sonar conocida, incluso dentro del cine nacional. La excelente Las acacias (2011) cuenta algo parecido mientras que la fallida No te olvides de mí (2016) intenta hacerlo. La novia del desierto no busca innovar y no tiene por qué hacerlo. En cambio, respeta la fórmula de las historias mínimas donde dos personajes solitarios, casi siempre una mujer y un hombre, se conocen inesperadamente en algún momento como cualquier otro y en algún lugar que no tiene nada de especial. Se reconocen como seres en busca de compañía, de contención, o incluso quizás de amor. Y deciden que no estaría mal pasar un tiempo juntos.
Pero La novia del desierto no solo respeta la fórmula, sino que la transita con una sensibilidad inusual, con actuaciones muy convincentes, con un humor asordinado, y con un diseño visual impactante en su simpleza. Porque aquí los paisajes de la provincia cuyana -capturados a través de la imponente fotografía de Sergio Armstrong- se convierten en metáforas de los paisajes internos de los personajes. Se pueden pensar como extensiones bien visibles de todo eso que el corazón oculta. Tienen una presencia dramática tanto como una presencia física. Y, aparte, son bellos en sí mismos – aunque nunca preciosistas.
Hay silencios, hay pausas, hay dudas. Porque Teresa no sabe muy bien a dónde va, por más que sepa dónde es. Hay algo melancólico en su mirada junto con un deseo medio apagado de vivir un poco más. De sentir la vida, mejor dicho. La actriz chilena Paulina García (La cordillera, Los 33, Gloria) encarna a Teresa de un modo tan natural y auténtico que hace que uno sienta que la conoce desde hace ya un largo tiempo – aunque también es difícil saber qué piensa o qué siente en muchos momentos. Transparente y opaca a la vez, Teresa es una mujer común y corriente, pero también muy singular.
Tampoco El Gringo es un personaje fácil de olvidar. No porque sea extraordinario ya que no lo es, sino porque Claudio Rissi logra transcender lo que el guión esboza para darle volumen a este hombre solo, pero no desolado. Entre risueño, picaresco y seductor a su manera, El Gringo es ese opuesto que Teresa necesita para iluminarse.
La novia del desierto es una película con poco diálogo y ese poco diálogo no encierra grandes significados ni está dicho con ampulosidad. Lo que no quiere decir que lo que se dice no importe. Importa tanto como lo que se ve, lo que se percibe, lo que se siente. Porque acá hay un todo que no puede prescindir de ninguna de sus partes. Si no, ya sería otra cosa. Seguramente no una película tan sutilmente conmovedora.
La novia del desierto (Argentina, Chile, 2017). Puntaje: 8
Escrita y dirigida por Cecilia Atan y Valeria Pivato. Con Paulina García, Claudio Rissi. Fotografía: Sergio Armstrong. Dirección de arte: Mariela Rípodas. Vestuario: Beatriz Di Benedetto. Montaje: Andrea Chignoli. Música: Leo Sujatovich. Duración: 78 minutos.