Una mujer, una vida, de Stéphane Brizé

Ganadora del premio FIPRESCI en el Festival de Venecia del año pasado, Una mujer, una vida también fue uno de los largometrajes más celebrados dentro de la retrospectiva dedicada a Stéphane Brizé en el BAFICI de este año. Adaptado de la novela Una vida, de Guy de Maupassant, este melodrama histórico transcurre en la Francia del siglo XIX y cuenta la historia de Jeanne (Judith Chemela), una joven mujer de una familia aristocrática que, sin siquiera imaginarlo, vive en un mundo de mentiras. O, al menos, eso es algo que va a ir descubriendo de a poco y con mucho dolor.

No importa si se trata de su acaudalado e infiel esposo Julien (Swann Artaud), de sus padres, el barón y la baronesa de Le Perthuis des Vaudis, o de su hijo Paul (Finnegan Oldfield), que lo único que quiere de ella es dinero. Todos le mienten, todos la traicionan, todos la maltratan. No es nada fácil ser Jeanne en una sociedad y en una época donde las mujeres son objetos o mercancía y nunca sujetos libres con deseos propios. Más difícil todavía es conservar los pocos momentos de felicidad que afloran cada tanto. Porque este mundo está gobernado por hombres, y tal como se les antoja.

Filmada en un formato casi cuadrado, con un muy cuidado diseño de producción, una iluminación en clave baja que crea climas un tanto sombríos y un uso enfático del primer plano para escudriñar el rostro de Judith Chemela, Una mujer, una vida es un intenso y emotivo retrato de toda una generación de mujeres sojuzgadas por circunstancias sociales que terminan siendo, tarde o temprano, prisiones sin salida. Y si bien es un melodrama no tiene la desmesura y el exceso propio de obras como, por ejemplo, Cumbres borrascosas o La dama de las camelias. En cambio, aquí muchas veces la procesión va por dentro, o bien el malestar y la desesperanza implosionan en silencio. Solamente ocasionalmente algún enfrentamiento muy subido de tono entra en escena sin que nadie se lo espere.

Una mujer, una vida tiene una estructura dramática mayormente lineal, pero dos características la separan de las formas más convencionales: A) tiene elipsis audaces y muy inesperadas que, por momentos, generan curiosidad por saber qué ocurrió en esos retazos de tiempo no narrativizados. B) también tiene saltos en el tiempo, hacia adelante y hacia atrás, y esto genera cierta intriga en relación al devenir de los acontecimientos. No es nada realmente vanguardista ni mucho menos, pero sí marca una diferencia en relación a muchos otros melodramas.

Para dar cuenta de las complejidades y los matices de un personaje como Jeanne la interpretación de Judith Chemela es clave. Sin tics, sin gestos innecesarios y en un muy convincente registro realista, la actriz encuentra el tono justo para cada escena, no es una cuestión de mera técnica. Lo mismo ocurre con Yolande Moreau (la pintora que se vuelve loca en Séraphine) que interpreta a un madre fría e incapaz de empatía alguna, y con Olivier Pierre (uno de los actores favoritos de los hermanos Dardenne) como el Padre Picot. Con otros actores, este largometraje de Stéphane Brizé hubiera seguramente sido correcto y moderadamente interesante. Pero con estos actores es mucho más que correcto y considerablemente atrapante.

Una mujer, una vida (Une vie, Francia, 2016). Puntaje: 8

Dirigida por Stéphane Brizé. Escrita por Stéphane Brizé y Florence Vignon. Con Judith Chemla, Jean-Pierre Darroussin, Yolande Moreau, Swann Arlaud, Nina Meurisse, Olivier Perrier, Clotilde Hesme, Alain Beigel, Finnegan Oldfield, Lucette Beudin, Jérôme Lanne. Fotografía: Antoine Héberlé. Montaje: Anne Klotz. Diseño de producción: Valérie Saradjian. Duración: 119 minutos.