En 1959, con Anatomía de un asesinato, Otto Preminger causó escozor y fastidio al presentar a una posible víctima de una violación que no daba con el estereotipo de víctima alguna. La bella Lee Remick, en todo su esplendor, encarnaba a una mujer presuntamente violada por su marido en un ataque de furia descontrolada. Para dar testimonio acude al estrado vestida para matar, seduciendo al juez y a todos los abogados, sin secuelas psicológicas aparentes y sin sufrir al contar su historia. Hasta tal punto todo es tan provocativo que el abogado que la representa le exige que cambie su look, que no despierte deseo en ningún mortal y que muestre todo el dolor posible. Es decir, que sea una víctima como Dios manda. Si no, nadie la va a tomar en serio. La película se termina y nunca se sabe si la mujer en cuestión realmente fue violada o no, pero eso poco importa. Porque a Preminger lo que sí le interesa es mostrar que un juicio es solamente un juego que gana el que lo juega mejor.
En Elle, el décimo largometraje del holandés Paul Verhoeven, después de El libro negro (2006), Michèle Leblanc (Isabelle Huppert, una vez más extraordinaria) sí es violada y ni bien comienza la película, en su propia casa y por un hombre encapuchado. De eso no cabe duda. Es entonces cuando se revela como una víctima, o una no-víctima, mejor dicho, que perturba y mucho. En parte por razones similares a las del personaje de Lee Remick, pero también por otras completamente diferentes.
En el área profesional, Michèle es directora de una exitosa y moderna empresa que crea videojuegos ultra realistas cargados de erotismo, violencia, y sadomasoquismo. Sus empleados la respetan mucho, pero hay uno que la odia mientras que hay otro que la ama. Está separada y mantiene una buena relación con su ex marido, tiene un hijo joven bastante inmaduro con una novia medio loca y un bebé por nacer, y tiene una mejor amiga de toda la vida, quien también es su socia.
A nivel personal, es una mujer seductora por naturaleza, no muestra signos de daño psicológico post violación, no hace la denuncia policial, y cuando después de varios días le cuenta a su ex marido y amigos lo que le pasó lo hace como quien cuenta una anécdota más. Es que se podría decir que Michèle es todo cerebro y casi nada de afectividad, aunque también es sexualidad pura. Mantiene una distancia óptima con los otros, es considerablemente egoísta y tiene un sentido del humor bastante negro. Pero eso no quita que pueda ser genuinamente amable y simpática cuando quiere. Incluso solidaria, sobre todo con su único hijo y su ex marido.
Sobe todo no debe sorprender que Michèle sea capaza de tomar el toro por las astas con más destreza que muchos hombres. Por algo es protagonista del cine de mujeres empoderadas de Verhoeven (El cuarto hombre, Bajos instintos, Showgirls) y por algo es siempre un ser humano, nunca un demonio. Eso sí, un ser humano considerablemente complejo. Es que en Elle nada es simple, nada es obvio, nada se explica así nomás.
El humor negro de Michèle es también el humor negro de toda la película, que es completamente narrada desde su punto de vista. Incluso con el oscuro pasado de esta singular protagonista – su padre, ahora un anciano encarcelado, fue responsable de una sangrienta matanza casi 40 años atrás, involucrándola a ella siendo apenas una niña – Elle se atreve, y con razón, a dejar de lado toda corrección política y mirada biempensante para proponer, en cambio, una actitud profundamente subversiva. No solo ni se esboza la palabra “trauma” para definir a Michèle (el psicologismo de manual no existe en este universo dionisíaco) sino que tampoco se pretende “entenderla”.
Por eso mismo es un personaje casi impenetrable, muy elusivo, opaco por definición. Cuanto más avanza la trama, más se quiere saber de ella, pero Verhoeven siempre mantiene al espectador a una distancia muy bien calculada. Es prácticamente imposible identificarse con Michèle como un todo, pero sí es posible espejarse en parte, y no sin cierto goce. Después de todo, es una mujer que tras ser violada le quita todo poder al violador para así transformase en una mujer que espera (y fantasea con) el próximo ataque con una mezcla de miedo y placer. Porque si eso ocurre (o cuando ocurra) comienza otro juego, un tanto perverso y muy excitante que brinda tanto placer como dolor. Pero aquí no hay ningún Síndrome de Estocolmo. No es otro Portero de noche. Todo lo contrario.
Combinación audaz entre refinada comedia negra y antirreligiosa con thriller sádico y tenso, a lo Chabrol y con toques de Hitchcock, Elle es también un estudio de personaje que hábilmente deja en fuera de campo no poca información que podría clarificar unas cuantas cosas. Es una película impredecible que produce una extraña fascinación sin ningún pudor y que no respeta límites socialmente consensuados en relación a qué se hace con los deseos secretos y prohibidos. Una obra tan incómoda como extraordinaria que demuestra que no hay que dar nada por sentado.
Elle (Francia, Alemania, Bélgica, 2016). Puntaje: 9
Dirigida por Paul Verhoeven. Escrita por David Birke, basada en la novela de Philippe Djian. Con Isabelle Huppert, Laurent Lafitte, Anne Consigny, Charles Berling, Virginie Efira, Judith Magre. Fotografía: Stéphane Fontaine. Música: Anne Dudley. Montjae: Job ter Burg. Diseño de producción: Laurent Ott. Duración: 130 minutos.