Los Dardenne ya hicieron su gran obra maestra. Según a quien se le pregunte, sería Rosetta (1999) El hijo (2002), o El niño (2005). Personalmente, creo que es Rosetta. Aunque también es verdad que El hijo tiene un par de momentos magistrales que Rosetta no tiene, mientras que El niño estaría en tercer lugar. Sea como fuere, las tres son extraordinarias. La chica desconocida es su última película, y si bien no es extraordinaria no me parece justo decir que es “una película menor”, por más que así lo sea para amplio sector de la crítica. Quizás el punto es que para mí los hermanos Dardenne no tienen “películas menores”, ya que no hay nada menor en el cine que hacen. En todo caso, tienen películas buenas junto a otras mejores, más las obras maestras. De uno u otro modo, son todas películas con mayúsculas.
Genuino exponente del realismo social europeo, La chica desconocida utiliza muy efectivamente su anécdota, es decir su pequeña trama, a la vez que sabiamente da cuenta de un estado de las cosas, en lo social y lo económico, que dista mucho de ser bonito. Es la historia de Jenny Davin, (Adèle Haenel), una médica que tuvo un largo día laboral, está muy cansada, y por eso no le abre la puerta a una persona desconocida que acude al consultorio después de hora. Resulta que esa persona, una inmigrante africana de 22 años, aparece muerta al día siguiente, sin que se sepa si fue un accidente o si la mataron.
Es claro, entonces, por qué la culpa se convierte en una tortura para Jenny: si ella le hubiera abierto la puerta, la chica estaría viva. Lo que no equivale, claramente, a decir que ella la mató – aunque Jenny sienta que sí. Entonces se pone a investigar, por su cuenta, quién era esa chica desconocida y cómo fue que murió – al menos para encontrar a la familia y contarle lo que pasó. Como en un policial negro, esta investigación muestra nuevos escenarios y revela secretos turbios que hablan de una sociedad en estado de malestar,sobre todo para los que menos tienen.
Así, la cara menos loable de Bélgica – y, por propiedad transitiva, la de gran parte de Europa también – expone algunas de sus tantas miserias: inmigrantes africanas forzadas a trabajar como prostitutas, ancianos y otros no tan ancianos con cobertura médica insuficiente o directamente sin cobertura, inmigrantes ilegales que evitan los hospitales para no ser deportados, muertos sin nombre que son enterrados sin que sus propias familias se enteren, policías que hacen su trabajo a desgano cuando de pobres se trata, y muy pocos médicos que trabajan por vocación y con entrega.
Porque La chica desconocida habla de la medicina y de la médica protagonista, en particular, para así hablar de otras cosas: solidaridad, responsabilidad, sanación. Es decir, habla literal y concretamente de la profesión, sin duda. Pero también habla de un modo más simbólico, es decir el médico en tanto actor social que ocupa lugares de los que el Estado desertó hace un largo tiempo. Y en un nivel mucho más elemental, por así decirlo, habla sobre un ser humano que se preocupa por otros seres humanos. Los Dardenne no son optimistas, eso es seguro, pero tampoco cínicos o nihilistas. Por eso frente a tanta desidia se animan a señalar que sí existe una opción moral que salva a quien la profesa y protege a los dañados. Por eso existe cierto concepto de redención y cierta confianza en algunos individuos que logran trascender. Lo más interesante es que para trascender no necesitan ser ni especiales ni iluminados, sino solamente ser éticos y morales (como si fuera poca cosa). Contra todo pronóstico, hay un poco de espacio para la fe. Lo que no es lo mismo que un final feliz.
A diferencia de las primeras películas de los Dardenne, La chica desconocida tiene una narrativa menos ardua, menos ambigua, más dirigida. Tiene sus puntos altos, sus zonas de meseta, sus puntos de reposo, y sus momentos de climax. Y el transitar por todas esas instancias está bastante demarcado. En este sentido, es una obra más accesible. El espectador sabe qué pensar y qué sentir prácticamente siempre, así como sabe qué piensan y qué sienten los personajes. No existe esa sensación de vacío o de incertidumbre o de indeterminación casi extrema, desafiante, y perturbadora, como en Rosetta, El hijo o El niño. Ese grado de profundidad sin límites y de introspección existencial, que hace que esas películas sean obras maestras, no está en la concepción de esta nueva película.
Pero, al igual que en todas sus películas, aquí la actriz protagónica también es memorable. Siendo y nunca pareciendo, Adèle Haenel le da vida a un personaje muy complejo. Porque es una médica que controla sus sentimientos para evitar que su trabajo la consuma (aunque deben existir otros motivos), por eso mostrarse fría y distante es una condición. Pero no siempre porque a la vez tiene que ser un cuerpo vivo y estar afectivizada para curar a sus pacientes. A veces hasta parece que es ella con su presencia quien cura, y no los tratamientos o los remedios.
Es una mujer que se obsesiona con darle una identidad a una muerta para redimir su culpa, pero también hay un interés genuino y altruista que va más allá de sí misma. Es aguerrida en su investigación y no se deja amedrentar, pero de tanto en tanto tiene miedo (y mucho). Es una persona que muchas veces sufre en silencio cuando alivia el sufrimiento de los otros, pero que en su sacrificio encuentra el sentido de su vida.
Porque no es ninguna novedad que la vida en sí misma no tiene sentido. Menos en un mundo hostil, frío e indiferente. Sin embargo y a pesar de todas las derrotas, alguna que otra victoria sí hace una diferencia enorme. Ese buen accionar para con otro puede hacer que ese otro exista en la memoria, que tenga un lugar para ser visitado aunque físicamente ya no esté. Darle una identidad a esa chica muerta es mucho más que simplemente saber cómo se llama. Es hacer que deje de ser una desconocida.
La chica sin nombre (La fille inconnue, Bélgica, Francia, 2016). Puntaje: 8
Escrita y dirigida por Jean-Pierre Dardenne, Luc Dardenne. Con Adèle Haenel, Olivier Bonnaud, Jérémie Renier, Louka Minnella, Olivier Gourmet. Fotografía: Alain Marcoen. Montaje: Marie-Hélène Dozo. Duración: 113 minutos.