La La Land, de Demian Chazelle

Los Ángeles, atemporal. Sebastián (Ryan Gosling) es músico de jazz, pero no es un músico cualquiera sino un ferviente purista que vive con melancolía esos grandes años de un tipo de jazz que ya no va a volver. Su sueño es tener un espacio propio para tocar las canciones que él mismo compone. No es un sueño así nomás, sobre todo porque está obsesionado con abrir ese espacio en un legendario bar jazzero que ahora se ha convertido en un lugar de samba y tapas (se escucha y baila samba mientras se comen tapas, así de ridículo como suena). Pero mientras tanto, le guste o no, se tiene que contentar con tocar lo que le pidan como música de fondo en bares y restaurants. Toda una humillación.

Mia (Emma Stone) es actriz, pero no vive de eso. Ni siquiera está trabajando como actriz vocacional. En cambio, y para pagar las cuentas, trabaja en una cafetería en los estudios de Warner en Hollywood. En su tiempo libre acude religiosamente a todo casting que se presenta y en todos la rechazan. No porque sea mala actriz o porque no sea muy agraciada ya que tiene pasta de actriz y es muy bonita. Es que hay tantas aspirantes a actrices, la competencia es feroz y el maltrato es tan común que ser elegida es casi un milagro. Entonces, se preocupa por ir a todas las fiestas y eventos varios con la vana esperanza de ser descubierta por algún agente de casting, un director, o un productor. Toda una tristeza.

Como es de esperar, tarde o temprano estas dos almas junto con sus sueños van a cruzar sus caminos, y como es de rigor al principio no se van a caer nada bien. Claro que después vienen otros dos encuentros accidentales y de a poco van a establecer algo que se parece a un vínculo, tímido al comienzo pero más afectuoso después. Y sí, también se van a terminar gustando y queriéndose mucho. Pero nada es para siempre, y mucho menos una pareja enamorada en un Hollywood tan hostil como expulsivo. Todo bien típico.

Ésa es parte de la historia de La La Land, que ya se sabe tiene 14 nominaciones para los premios Oscar, incluyendo mejor película, mejor director, mejor guión, mejor actor, mejor actriz, y mejor fotografía. También se sabe que es casi imposible ir a ver una película con tantas expectativas y no terminar, al menos un poquito, desilusionado. Salvos raras excepciones como la grandiosa La malvada (All About Eve, 1950), que también tuvo 14 nominaciones e injustamente terminó ganando solamente 6 estatuillas, es muy raro que una película del mainstream de Hollywood merezca tantos premios. Titanic, la otra película con 14 nominaciones, y que se llevó 11 estatuillas, también fue altamente sobrevalorada en todos lados. Ahora bien, eso no quita que fuese un buen melodrama, en el terreno del cine catástrofe, con logros importantes en unas cuantas áreas.

Con La La Land la situación es similar, aunque por motivos diferentes. Es un musical nostálgico que está pensado y diseñado al estilo de los musicales de la Edad de Oro de Hollywood, con una cálida historia romántica con algunos buenos y muy buenos momentos de comedia, una actriz memorable, unos cuantos números musicales nada desdeñables, y un ritmo envidiable. Tanto técnica como estéticamente, en La La Land hay un gran profesionalismo y verdadera habilidad a la hora de poner la cámara en la mejor ubicación posible, componer e iluminar con calidad expresiva y precisión, utilizar la música narrativamente y no como un ornamento, dirigir a los actores como para asegurar la mejor química posible, construir buenos diálogos que nunca suenan escritos sino bien hablados, y lograr una sólida cohesión formal. Lo que se dice una película muy bien filmada.

Sin embargo, uno de los problemas de la tercera película de Damien Chazelle (Guy and Madeleine on a Park Bench, Whiplash) es que la suma de todas esas partes tan bien calculadas no necesariamente equivalen a un gran película.. En parte porque la historia romántica en sí misma no es tan pasional como podría serlo. No es visceral ni profunda, aunque su superficialidad a veces puede ser encantadora. Tal vez lo peor es que no es particularmente singular, no tiene una identidad muy definida.

Es que es posible que entre tantas referencias y homenajes a otros musicales – por ejemplo, Un americano en París, Cantando bajo la lluvia, Los paraguas de Cheburgo, Las señoritas de Rochefort, Brindis al amor- a La La Land le cueste encontrar un rumbo propio que vaya más allá de la anécdota. Para un espectador familiarizado con el género, es posible que Chazelle no pueda ofrecerle mucho más que un divertimento agradable con algunas muy buenas escenas.

A saber: toda la prodigiosa secuencia inicial en el embotellamiento en una autopista filmada con un virtuoso y muy bien aprovechado plano secuencia, un adorable número musical improvisado de repente en las colinas de Los Ángeles, una muy realista y dolorosa pelea de amantes justo en una noche de festejo, una hermosa canción en una audición inesperadamente reconfortante, dos manos que se acarician por primera vez en un cine mientras se proyecta Rebelde sin causa, y un final que es emoción pura, aunque narrativamente no es muy orgánico.

Porque toda historia de amor puede tener una cantidad de peleas y reconciliaciones infinita, las cosas pueden salir bien o mal aún con las mejores intenciones, todo puede ser muy intenso o bien apagarse para siempre, incluso de un día para otro. Ya se sabe que en una historia de amor todo puede pasar. Pero no porque sí. No porque el guión pida que pase. No para llevar la historia a cualquier lugar. Y en La La Land hay decisiones de los personajes que no se desprenden de sus personalidades. A veces ni siquiera de sus circunstancias. Dramáticamente, La La Land tiene zonas endebles.

Por otro lado, Emma Stone está espléndida desde el primer plano hasta el último, siempre cercana y creíble, y así se roba la película, aparentemente sin mover un dedo. Belleza y talento a la par en una actriz que ya era muy buena en Stake Land. A Ryan Gosling belleza no le falta, y da muy bien el look del personaje. Actúa muy correctamente, tiene varias escenas convincentes, y no mucho más. Es cierto que hay química entre los amantes, pero hay uno que brilla mucho más que el otro y eso a las parejas no les hace mucho bien.

Si no se espera nada realmente extraordinario, se bajan las expectativas, y se olvidan tantas nominaciones, La La Land puede ser muy disfrutable. Hasta puede ser conmovedora. Entrando así al cine la experiencia es otra.

La La Land: Una historia de amor (La La Land, Estados Unidos, 2016). Puntaje: 7

Dirigida y escrita por Damien Chazelle. Con Ryan Gosling, Emma Stone, J.K. Simmons, John Legend, Rosemarie De Witt. Fotografía: Linus Sandgren. Música: Justin Hurwitz. Montaje: Tom Cross. Diseño de producción: David Wasco. Duración: 128 minutos.