La noche, de Edgardo Castro

Escrita, dirigida, y protagonizada por Edgardo Castro, La noche es una película que no se olvida fácilmente. Hay una cuota enorme de una bienvenida valentía en la representación de sexualidades diversas, así como un fuerte compromiso con un material realmente volátil. Por sobre todo, hay una honestidad emocional muy poco común. Por todo esto, el Premio Especial del Jurado que recibió en el BAFICI 2016 es una distinción más que justa. De existir un galardón para la mejor representación de periplos nocturnos ocultos, pero que sin embargo están a la vuelta de la esquina, La noche sería la ganadora indiscutible.

Se trata de una película que, con razón y sin voluntad de escándalo, se anima a ir más allá de las fronteras convencionales para representar, de un modo muy realista, aristas un tanto oscuras de cierto tipo de vida nocturna hasta ahora nunca visitada por el cine nacional. En este sentido, asistir a una función de La noche es una experiencia íntima y movilizante. Porque más que cualquier otra casa, La noche es una experiencia para los sentidos.

Imagínense una larga serie (a veces parece ser interminable) de encuentros sexuales diversos, es decir encuentros entre gays varones, bisexuales, y chicas trans, con un uso muy generoso de cocaína, marihuana, tabaco y alcohol (a toda hora), con taxi boys y prostitutas y dealers (por todos lados). Están en bares un poco lúgubres, en recovecos de un circuito under, en habitaciones casi destartaladas de telos de medio pelo. En baños públicos, en corredores de edificios viejos, en departamentos casi vacíos. Están en lugares que para la mayoría de la gente son completamente desconocidos, pero que son frecuentados regular y asiduamente por un público considerable. Muchos críticos han descripto estos lugares como sórdidos, aunque no es ésa sea la palabra más adecuada. Lo sórdido se vincula más con lo con lo sucio y lo manchado, con lo mortuorio y lo escabroso o macabro. Y acá no hay nada de eso.

Porque en estos escenarios en los que deambulan estas criaturas de la noche, no sin desesperación y con voracidad, hay una búsqueda vital que tiene que ver con escapar de la rutina de sus vidas desafectivizadas y solitarias. Vidas que empiezan y terminan en ellos mismos, con poco o nada de contacto profundo con otros. Por eso, entre otras cosas, buscan conectar emocionalmente y sentirse acompañados, aunque lo hagan casi exclusivamente a través un sexo con pocas palabras o ninguna. Claro que al fin y al cabo, ese sexo no deja de ser un modo de contacto humano. Y un cuerpo es siempre mejor que la ausencia. Porque en esta noche hay una sensación de angustia y desazón casi continua, y sin tener jamás una mirada acusadora, para nada moralista o menos aún compasiva, Castro expresa una profunda empatía con sus personajes que, a su manera y con sus armas, le hacen frente a la soledad que todo lo destruye. Digamos que Castro los acompaña a la vez que traza su propio derrotero en busca de algo parecido al amor.

Probablemente una parte de este panorama ya ha sido vista, sobre todo en cierto cine independiente extranjero (por ejemplo, la soledad y desamparo de Mala noche, o la deriva de los personajes de Gregg Araki) pero las similitudes son más bien superficiales. Porque lo que Castro propone es una experiencia mucho más visceral y en primera persona.Es evidente que el actor y director conoce el terreno por experiencia propia, y cualquiera que transite por ese mismo terreno, se da cuenta fácilmente que la descripción que hace Castro es fidedigna y cercana. Así son estos lugares y así se sienten, tal como los viven estos personajes.

Castro interpreta a Martín, quien tiene una amiga/amante, una chica trans, Guada (Dolores Guadalupe Olivares), con la que se embarca en diferentes peripecias sexuales. A veces hasta parecen maratones. No se sabe bien desde hace cuánto se conocen, pero debe ser desde hace mucho porque el vínculo de afecto y confianza que comparten es más que evidente. Aunque también es verdad que en estos contextos los encuentros furtivos con extraños se viven como encuentros con seres queridos, y brindan una especie de protección, de contención, que aparece y desaparece de un momento a otro. Pero, al menos existe.

Los otros actores, como Dolores Guadalupe, son actores no profesionales que se interpretan a sí mismos, pero no del todo. Hay algo de su diario vivir y su identidad que va mucho más allá del personaje, pero a la vez el personaje los enviste de una otra cosa que ellos no son. Es ese cruce entre ficción y realidad lo que hace que sean tan auténticos – aparte de una sorprendente naturalidad frente a la cámara. Porque es claro que hay un guión y que La noche no es un documental (como algunos han pensado), más allá de tener ciertos rasgos de estilos propios de ciertos documentales de observación.

Según el director, su intención era que los espectadores pudiesen sentir el mismo olor a sexo que él siente cuando entra a un darkroom de un antro cualquiera. Y eso sí que lo consiguió, al menos en gran parte. Hay muchísimas escenas de sexo explícito, con felatios y lluvias doradas, mientras que la cámara se pega a los personajes y los captura en planos muy cerrados. Hay, también, gracias a largos planos secuencias, una sensación casi continua de habitar un tiempo que no termina de transcurrir nunca, como si deambular por esa noche fuese estar en un bucle. Como habitar el infinito. He ahí otro logro notable de La noche: es que en estos lugares donde no hay referencia de un afuera, donde no hay relojes en las paredes y donde la distribución del espacio tiende a ser circular, el tiempo adquiere una dimensión muy diferente, como un espiral del que cuesta mucho salir cuando llega la hora de irse a casa. Esa hora temida y anhelada al mismo tiempo. .

Por otro lado, y como objeciones posibles, quizás La noche abuse un poco del recurso de estirar el tiempo. E incluso un montaje más ajustado, con unos 15 minutos menos, podría haberle dado mayor contundencia al drama. También, veces se siente cierto exceso descriptivo en desmedro de la progresión dramática. Ver más de todo un gran panorama durante más tiempo no necesariamente significa saber más o profundizar más en eso que se ve.

Aunque es claro que éstas son decisiones deliberadas del director y no inesperados problemas narrativos. En gran medida, cada espectador responderá de un modo diferente según su moda de percibir el transcurso del tiempo. Lo que es inobjetable es que Castro aborda un proyecto personal muy audaz y lo desarrolla de un modo orgánico, muy a conciencia. Y nada más y nada menos que en su ópera prima. Ése es un gran mérito que muchos directores, locales o extranjeros, jamás logran materializar en toda su carrera.

La noche (Argentina, 2016) Puntaje: 8

Dirigida y escrita por Edgardo Castro. Con Edgardo Castro, Dolores Guadalupe Olivares, Federico Figari, Paula Ituriza, Willy Prociuk, Luis Leiva. Fotografía: Soledad Rodríguez. Cámara: Soledad Rodríguez, Agustín Torre, Sebastián Cardona. Sonido: Gabriel Barredo, Guillermo Lombardi, Juan Martín Jimena. Montaje: Miguel de Zuviría. Producción: Bomba Cine, El Pampero Cine.