Inmediatamente antes de El sacrificio de Nehuén Puyelli (la nueva película de José Celestino Campusano), el realizador había sorprendido al público y a la crítica con Placer y martirio (2015) ya que mostró un cambio totalmente inesperado tanto en sus temas como en su estética. Tal fue el reconocimiento que Campusano ganó el premio a mejor director de la competencia argentina del BAFICI 2015, generando expectativas acerca de su nuevo rumbo.
Es que desde su primera película, Vil Romance, Campusano había acuñado una serie de características que lo ubicaban como un autor bien diferente: sus relatos ahondaban en cierto ado oscuro del conurbano bonaerense, con una galería de jóvenes marginales, criminales, policías corruptos y perdedores de todo tipo, muchos de ellos protagonistas de historias de amor viscerales y malditas, violentas relaciones personales, desilusiones y traiciones varias.
Desde lo formal, Campusano trabajaba con una puesta escena austera y realista, locaciones en vez de estudios, iluminación disponible en el ambiente cuando fuese posible, y un diseño de sonido realista, casi sin música incidental. Esta suerte de realismo sucio estaba acompañado de diálogos bastante coloquiales y actores no profesionales.
Pero, en Placer y martirio el director tomó un camino muy diferente: ahora sus protagonistas eran miembros de las clases altas, con sus problemas afectivos y emocionales y, sobre todo, un gran vacío existencial. Mujeres abandonadas en soledad, esposos indiferentes, y adolescentes a la deriva.
Y en su estética también el cambio era evidente: el drama se desarrollaba más paulatinamente, con una estructura narrativa más cuidada; el diálogo y las actuaciones eran más estilizados; el trabajo de cámara, mucho más prolijo; y la fotografía, más elaborada. El realismo sucio anterior desapareció y en su lugar, para bien o para mal, según el gusto del crítico y del público, Campusano empezó a filmar más convencionalmente. Y con mayor profesionalidad. En síntesis, un cambio más que interesante.
Pero, por otro lado, el retrato de las clases altas era un tanto pedestre, lleno de lugares comunes; el registro general oscilaba entre el melodrama tibio y la telenovela común y corriente; y una mirada un poquito moralista (seguramente no intencional) le quitaba bastante interés al drama, que terminaba con un final sin peso. Había, en general, algo poco verosímil en el retrato de estos nuevos protagonistas de la filmografía de Campusano.
Ahora, con El sacrificio de Nehuén Puyelli, Campusano regresa a los personajes, a los temas y al tono que supo manejar con mucha destreza. Y le suma los logros formales de su película previa. Es, entonces, un salto cualitativo no poco significativo, con más virtudes que defectos.
Nehuén Puyelli (Chino Aravena), es un curandero descendiente de mapuches y, aparentemente, sus don es realmente terapéutico. Pero dos incidentes desafortunados complican su existencia: se dice que, sin querer o queriendo, envenenó a una anciana que había ido a consultarlo, y por otro lado, que abusó sexualmente de un adolescente de clase media-alta.
Sin embargo, las razones de la muerte de la anciana no se conocen con certeza, y en cuanto al adolescente, todo parece indicar que ahí hubo una historia amorosa, que de abuso no tuvo nada. Claro está que para una buena parte de los lugareños, que rechazan a todo miembro de los pueblos originarios, la presencia de Nehuén es indeseable. De ahí entonces surgen las denuncias que terminan por enviarlo a una prisión en Río Negro, mientras espera fecha para su juicio.
Allí conoce a Ramón Arce (Damián Avila), un interno que dentro de menos de un año saldrá en libertad y por eso se preocupa por tener buena conducta. A fuerza de arduas experiencias, Ramón es un peso pesado en el penal y se encarga de negociar asuntos varios con otros internos, guardias y funcionarios, de modo tal que se mantenga la paz en la prisión – en la medida de lo posible. Porque no es nada fácil mantener el orden con una justicia corrupta, los cmatones de la zona, y los acaudalados terratenientes.
El vínculo entre Nehuén y Ramón – desde la desconfianza mutua inicial hasta el respeto y afecto ya sobre el final, pasando por los grises intermedios – es lo que mejor retrata Campusano en toda la historia. No solamente porque los actores resultan creíbles en sus personajes (algo que lamentablemente unos cuantos otros no consiguen) sino también porque está muy bien desarrollado como relación de poder típica del drama carcelario – un subgénero muy poco común en el cine nacional.
En el sentido más concreto, Nehuén y Ramón tienen algo para dar y algo para pedir, y de ese intercambio sale la posibilidad de una transformación para ambos. En un sentido más simbólico, cada uno se reconoce, se espeja en el otro, al menos parcialmente. Como en las primeras películas del director, hay un efecto de realismo y verdad que hace que el conflicto central se sostenga sin artificios. Nuevamente, el combustible que alimenta las acciones de los personajes son las emociones y los sentimientos crudos. Solamente a veces, entran en juego el poder y la distancia de la razón.
Estéticamente, Campusano filma cada vez mejor. Así de simple. Esta vez hay grúas para elegantes y oportunos travellings, la fotografía es sobresaliente en todos sus aspectos, el diseño de sonido es expresivo y naturalista a la vez, y el montaje es impecable. Lo que hace que la Patagonia, otro gran protagonista de la historia, adquiera un muy pronunciado sentido dramático. Dicho sea de paso, también hay algún que otro oportuno ribete de western.
El problema, que no es menor, es otra vez el mismo: la representación de la clase dominante, de los dueños de las tierras y de los policías corruptos. Como en Placer y martirio, los malos son demasiado malos, no tienen dobleces y casi son objetos que encarnan conceptos en vez de personajes. Sus acciones son siempre deleznables, incluso criminales. Y si bien no hay duda de que en la vida real el desprecio hacia los pueblos originarios es bien palpable, no es necesario un trazo tan grueso para ilustrar ese punto.
Otra falla es la sobreactuación, la declamación de unos cuantos actores, principalmente los de secundarios. Por eso cuando esto sucede El sacrificio de Nehuén Puyelli pierde intensidad, se torna medio caricaturesca, sobre todo por el contraste con el drama carcelario que está tan bien resuelto.
Pero, dejando de lado sus problemas, la nueva película de Campusano muestra a un director con mayor control sobre su obra, más maduro, más seguro de sí mismo. Es de esperar que continúe en el mismo camino.
El sacrificio de Nehuén Puyelli (Argentina, 2016). Puntaje: 7
Dirigida y escrita por: José Celestino Campusano. Con: Damián Ávila, Emanuel Gallardo, Daniel Quaranta, Aldo Verso, Ana Nuñez, Tuky Jaramillo, Marcos Jaramillo. Fotografía: Eric Elizondo. Música: Claudio Miño. Montaje: Horacio Florentín. Dirección de arte: Paula Trocchia, Verónica Manzanares. Sonido: Luciana Kaseta, Leandro Sinich. Duración: 87 minutos.