Corazón silencioso, de Bille August

Hace ya casi 30 años, el realizador danés Bille August estrenó su primera gran película, Pelle, el conquistador (1987), un sentido y desesperanzado drama sobre la relación entre un padre ya grande y un hijo pequeño, ambos inmigrantes suecos, que viajan a Dinamarca en búsqueda de una mejor vida, que nunca encuentran. Ganadora del Oscar a Mejor Película Extranjera y de la Palma de Oro en Cannes, Pelle el conquistador fue toda toda una sorpresa y, con razón, generó grandes expectativas en relación a sus futuras películas.

Cinco años después, con un guión brillante de Ingmar Bergman, August estrenó su segunda gran película, Con las mejores intenciones (1992), otro drama muy hábilmente dirigido, esta vez sobre la vida de los padres de Bergman. Nuevamente, August gana la Palma de Oro. Mejor, imposible.

Pero después, su próxima película, La casa de los espíritus (1993), una transposición del best seller de Isabel Allende, guionada por August, con un elenco con grandes nombres tales como Meryl Streep, Jeremy Irons, Glenn Close, Winona Ryder y Antonio Banderas, resultó ser un grandísimo fiasco. Toda la sutileza y la profundidad de sus dos dramas anteriores brillan por su ausencia en este tosco melodrama que mezcla importantes cuestiones políticas chilenas con burdas historias de fantasmas y un muy poco inspirado realismo mágico. Después, con una anodina, formulaica y no más que pintoresca (en el mejor de los casos) versión de Los miserables (1998), August confirma que su arte estaba despareciendo.

Nada de lo que hizo después es verdaderamente rescatable. Y su última película recientemente exhibida en Argentina, Corazón silencioso (Silent Heart, 2014), no es una excepción. Si bien una vez más el realizador danés demuestra que sigue teniendo el talento de siempre para dirigir muy bien a sus actores al punto de lograr que construyan personajes más complejos que los que el esquemático guión esboza, no hay otros grandes logros. Aunque es verdad que la fotografía, sobre todo en exteriores, crea climas muy sugerentes para las distintas situaciones de un drama que se supondría complejo. Sin embargo, tal como está planteado, este drama (que después deviene melodrama) no podría ser más predecible (al principio) y después, de la mitad hasta el final, bastante poco creíble.

La premisa es simple: tres generaciones de una familia se juntan para pasar un singular fin de semana en una hermosa casa de campo. La razón: la matriarca, Esther (Ghita Norby) sufre de esclerosis lateral amiotrófica, una enfermedad degenerativa que pronto la dejará postrada. Por eso, después de haberlo conversado con toda la familia y con la ayuda de su marido, Poul (Morten Grunwald), Esther decide poner fin a sus días de un modo no doloroso, antes de convertirse en un vegetal.

De ahí esta última reunión con sus seres queridos: su hija Heidi (Paprika Steen), su yerno Michael (Jens Albinus) y su nieto Jonathan (Oskar Saelan Halskov); su otra hija, Sanne (Danica Curcic) y su novio Dennis (Pilou Asbaek). Y también su mejor amiga de toda la vida, Lisbeth (Vigga Bro), un personaje casi sin desarrollo alguno que sobre el final, gracias a una casi ridícula vuelta de tuerca del guión, resulta ser de vital importancia para la trama.

Durante casi todo el primer acto, Corazón silencioso tiene cierto peso dramático y no poca tensión. El escenario es desgarrador, la ceremonia silenciosa de mantener la compostura hasta el final es creíble, y los personajes se sienten cercanos. En vez de solemnidad, hay seriedad (a veces), algo de informalidad (otras veces) y también distendidos momentos de comunión (la escena en la que todos comparten un gran porro es inesperadamente efectiva). La tristeza y angustia subterráneas ocasionalmente se revelan a flor de piel, hay reacciones emocionales esperadas, pero también discusiones súbitas. Más que nada, hay una convincente sensación de verdad.

Pero durante el segundo y tercer acto toda esta verosimilitud se va diluyendo con una rapidez asombrosa y es reemplazada por una sucesión de (cuasi) arbitrarios giros en la narración en aras de añadir otros conflictos y sub tramas, como si la premisa original no tuviese suficiente drama. O quizás haya una voluntad, claramente no lograda, de agregar originalidad y sorpresa a la fórmula. Sea como fuere, todo lo que empieza a suceder no se desprende de un modo orgánico del conflicto central. Por eso, los diálogos se tornan forzados y discursivos, los personajes se desdibujan, los actores se empantanan, y el final ya no tiene ninguna resonancia.

Pudiendo haber sido un drama correcto (aunque predecible), muy bien actuado y bellamente fotografiado, Corazón silencioso es, en cambio, un melodrama desencontrado, tramposo, y que deja de conmover después de la primera media hora. Y pensar que los planos iniciales intentan evocar la angustiosa espera a la muerte de Gritos y susurros, una de las obras maestras de Bergman frente a la cual Corazón silencioso inevitablemente queda muy mal parada.

Corazón silencioso (Stille hjerte, Dinamarca, 2014). Puntaje: 5

Dirigida por Bille August. Guión: Christian Thorpe. Con Ghita Norby, Morten Grunwald, Paprika Steen, Danica Curcic. Fotografía: Dirk Bruel. Montaje: Anne Osterud Janus Billeskov Jansen. Música: Annette Focks. Duración: 98 min.