“Me fascina la idea de cuestionar seriamente la noción de identidad, colocando una hipótesis fantástica en el centro de esta película: la posibilidad de que una niña pueda compartir dos madres, una biológica y otra de un orden diferente (que ni siquiera está viva, pero fue parte del pasado de su padre)”, dice Santiago Palavecino (Otra vuelta, La vida nueva, Algunas chicas) acerca de su nueva película, Hija única, que construye una mirada bastante inusual y personal sobre un tema generalmente explorado de modos bastante convencionales y prosaicos. En cambio, Hija única claramente elige el hechizo de la poesía. Y no sin razón.
Porque si bien Palavecino no es estrictamente un director de cine de género, sí tiene un fuerte interés por los géneros, eso es evidente. Por eso los examina, los resignifica, les hace decir otra cosa. En principio, su nueva película puede pensarse como un drama con fuertes ribetes de melodrama, o quizás sea al revés, eso poco importa. Es una historia de amor, pero no de un amor cualquiera. Es un cuento de fantasmas, por eso el fantástico es imprescindible. Pero no es una película de terror, aunque haya algo muy ominoso que la sobrevuela todo el tiempo, incluso en sus zonas más luminosas. Es, esencialmente, una película sobre una pérdida irreparable, la imposibilidad real de aceptarla, y la fantasía (¿o realidad?) de poder recuperar el pasado.O al menos, una parte.
Cuenta la historia que Juan (Juan Barberini) es director de cine, está casado con Berenice (Esmeralda Mitre) y juntos tienen una hija, Delfina (Ailín Salas), quien aparece de niña en el 2005, pero también de joven de veinte y pico, en otro tiempo del film, es decir en el 2017. Juan es hijo de desaparecidos y fue apropiado durante la dictadura, por eso comenzó una vida nueva y con otro nombre cuando se enteró de su verdadera identidad. Por otro lado, en 1992 conoció a Julia, una chica de la que se enamoró casi a primera vista y ella de él también. El romance fue apasionado como pocos, pero tuvo un final temprano con la muerte de Julia.
Hasta ahora nada parece ser extraordinario y mucho menos fantástico, pero resulta que Julia también es interpretada por Ailín Salas porque, de hecho, es absolutamente idéntica a Delfina. Lo que explica por qué Berenice entra en una crisis devastadora al enterarse que mucho tiempo atrás, cuando ni siquiera se conocían, su marido tuvo un romance con una mujer que es igualita a su hija. ¿Cómo es posible que Delfina sea idéntica a una mujer muerta que es parte del pasado de su esposo?
Precisamente por no encontrar una respuesta, por no poder tolerar ese parecido espectral, Berenice abandona a Juan y se va a vivir a Nueva York con Delfina (quien al comienzo de la película vuelve a Argentina para encontrarse con su padre, en el 2017). Hay otra mujer importante en la historia, la enigmática abuela de Julia (Susana Pampín), que también parece (y aparece como) un fantasma. Hay citas a El cautivo, de Borges, a La flauta mágica, y sobre todo, está La cenicienta, de Prokofiev, melodía de ensueño como pocas.
Es que la música no es un elemento que acompaña las escenas, no es un ornamento. Es, en cambio, esencia pura para crear, de un modo inusitado en el cine nacional, tanto sentimientos profundos como emociones a flor de piel. Cualquier espectador sensible no puede evitar pensar en los grandes melodramas de la historia del cine que utilizaron la música como un protagonista altisonante. Acá, en Hija única, la melodía nos encanta y nos transporta a otros tiempos y espacios.
Como en Algunas chicas, la narrativa elíptica y zigzagueante crea y mantiene el misterio, a la vez que deja claro que en este misterio hay unas cuantas pistas y piezas que faltan, ausencias elocuentes de un todo que se resiste a ser revelado. Quien conozca la filmografía de Palavecino sabe que al realizador no le interesan muchos las respuestas, mucho menos las de orden racional. Lo que sí queda claro es que el peso de la memoria y la búsqueda de un tiempo y un amor perdido pueden tener consecuencias imposibles que, de todos modos, existen. Porque al fin y al cabo siempre hay heridas que nunca se cierran.
Hay otros dos aspectos sobresalientes en Hija única: el refinado trabajo de fotografía y cámara del muy talentoso Fernando Lockett, y el muy expresivo diseño de sonido de Federico Esquerro y Santiago Fumagalli. Largos, seductores y límpidos planos secuencia dan un ritmo acompasado a la historia y también sugieren un tiempo suspendido, más allá de toda cronología. Por otro lado, si bien el sonido tiene, en parte, un registro naturalista, hay momentos en los que lo que se escucha no es lo que exactamente lo que se ve, sino quizás aquello que está cifrado en alguna otra dimensión.
Más allá de tan importantes logros formales, es verdad que hay algunos problemas menores. Posiblemente, un montaje más ajustado hubiese logrado un mayor impacto emocional general ya que a veces hay algo que se diluye en tantas idas y vueltas. Quizás hubiera sido interesante saber un poco más acerca de la pareja de Juan y Julia, más allá de verlos tan enamorados. Porque a veces se tiene la sensación de que parte de lo que se dejó afuera de la/s historia/s bien podría haber tenido mayor desarrollo, sin que eso signifique tener que explicarlo todo ni mucho menos.
Sea como fuere, así como está, la nueva película de Palavecino es una muy sentida e inspirada reflexión que cuestiona lo sabido y aceptado sobre eso que llamamos identidad. Y como toda buena película que esconde misterios un tanto elusivos, Hija única se disfruta aún más en una segunda visión. Eso también es singular en tiempos de cines de fórmula sin ningún tipo de riesgo.
Hija única (Argentina, 2016) – Puntaje: 7
Guión y dirección: Santiago Palavecino. Con Ailín Salas, Juan Barberini, Esmeralda Mitre, Susana Pampín, Stella Galazzi, Carmela Rodríguez, Luciano Linardi. Fotografía: Fernando Lockett. Dirección de arte: Victoria Marotta. Montaje: Andrés P. Estrada. Sonido: Federico Esquerro, Santiago Fumagalli. Vestuario: Ruth Fischerman. Producida por Marcelo Figoli, Mili Roque Pitt, Diego Radivoy, Alejandro Montiel, Gabriela Ruggeri, Agustina Costa Varsi, Fernando Manero, Santiago Palavecino. Duración: 112 minutos.