
David trabaja en los archivos fílmicos de la Filmoteca Nacional de Dublín, está casado con la hermosísima Alice y juntos tienen un hijo de 5 años, Billy, que es todo un angelito. La familia ¿feliz? vive en una vieja y elegante casona ubicada al lado de un canal que atraviesa la ciudad. Un día como cualquier otro, David descubre una caja con rollos de fílmico que muestran la escena de un crimen espantoso que ocurrió en 1902. Por supuesto, es un crimen que ocurrió en su casa cuando un esposo celoso mató a puñaladas a su mujer infiel y tiró el cadáver en el canal.
Era de esperar que al poco tiempo David descubriera que su mujer tiene un amante. Y también que Alice desapareciera unos días después. Sin duda, David tiene que ser el gran sospechoso aunque trate de convencer a la policía de que fuerzas malévolas mataron a su mujer. Es que vio a una especie de demonio y tuvo una visión de su mujer siendo asesinada. ¿O acaso se lo imaginó todo?
Claramente, no hay nada original en la trama de The Canal. La fórmula es bien conocida: casa embrujada, crimen horroroso en el pasado, demonios en el presente, investigación policial, imposibilidad de diferenciar lo real de la imaginado, más algunas visiones.
Sin embargo, esta película modesta pero muy estilizada, escrita y dirigida por el irlandés Ivan Kavanagh (The Tin Man) construye algunos climas muy perturbadores y está dirigida con una precisión notable. En términos formales, todas y cada una de las escenas muestran a un director creativo y riguroso, aun con sus influencias.
En primer lugar, está David Lynch con todo su imaginario de sueños y pesadillas. Después, están los guiños a Berberian Sound Studio, Don’t Look Now y Sinister. Con estos nombres a cuestas, podría haber sido una película muy derivativa, sin embargo The Canal construye su propio imaginario resignificando estéticas ya conocidas. Y lo hace con una razón de ser, no simplemente porque quiere seducir con su diseño audiovisual.
La estructura central es la del thriller de terror psicológico con sus pistas falsas y las típicas vueltas de tuerca. También hay rasgos propios del cine de terror clásico, léase el de la vieja escuela, sumados a los fantasmas del terror japonés, el found footage, pesadillas y no poco gore. De todo un poco y bien dosificado. No se trata de un pastiche vacío.
Es que lo pesadillesco (sea real o no), lo que inquieta y mucho, se siente bien cercano y envolvente. La sugestiva fotografía y el impactante diseño de sonido construyen una atmósfera pesada con una poética del horror que tiene imágenes imborrables – un bebé que nace muerto de una mujer muerta, un baño inmundo con un demonio también inmundo.
Durante el primer tercio el guión sugiere una mirada ligeramente diferente sobre un tema ya conocido y hasta la amplía un poco. Pero ya promediando el relato se incorporan algunos recursos un tanto gastados de un manera arbitraria. Es inevitable entonces que el drama pierda peso, como si el realizador hubiera perdido confianza en su relato y entonces, por las dudas, intenta rellenarlo con lo que tiene a mano.
A favor, hay un final muy oscuro y, hasta cierto punto, sorpresivo. Gran parte del cine de Hollywood de hoy en día ni se atrevería a acercarse. Por suerte, el cine irlandés de terror sí lo hace y sin concesiones.