Un continente incendiándose, de Miguel Zeballos

“Hay una voluntad mucho menos narrativa en términos aristotélicos o hollywoodenses y una un poco más poética y reflexiva. No sé si pienso en llevar la poesía, que me gusta mucho, a una película. Pero sí me interesa más ir sumando capas que lleven a un estado sensorial que contar un cuento. Y que la mirada se vaya corriendo todo el tiempo, que no esté en un solo lugar”, dijo Miguel Zeballos en una entrevista a Página 12 acerca de Un continente incendiándose, una singular y afectuosa película que habita una zona híbrida entre el documental y la ficción. También, una aproximación muy perceptiva a un material que en manos de un director menos lúcido bien podría haber sido meramente pintoresco o exótico.

El film cuenta la historia de Mercedes Muñoz, una mujer campesina y también una cantora que vive en un pequeño pueblo de la Patagonia y que, por un lado, se dedica a las tareas propias del campo y, por otro lado, realiza modestas presentaciones musicales. La ficción/documental que propone Zeballos también incluye las propias reflexiones del realizador, a través de su voz en off, que a veces se refieren a lo que las imágenes muestran (aunque no directamente) y otras veces van más allá de cualquier lectura puntual.

Desde lo discursivo, lo más interesante son las preguntas y meditaciones que se formulan en relación a la memoria, los recuerdos, lo que fue y lo que no fue. No hay voluntad alguna de dar respuestas concluyentes, sino más bien de dejar las inquietudes en suspenso para que el espectador proyecte sus propios contenidos. Porque, a la vez, es Mercedes la que recuerda, o intenta recordar, a una madre que desapareció cuando ella era una niña (¿es esto verdad? ¿o es parte de la ficción?) y aunque no podemos saber qué piensa la cantora, sí somos testigos de las emociones que la desbordan. Así, Zeballos logra un abordaje tan íntimo como universal.

Esta sensibilidad en la narrativa tiene su correlato en la belleza formal de las imágenes. Decir que la fotografía es hermosa puede ser un lugar común. Sin embargo, eso no quita que sea verdadero y Un continente incendiándose es una película bella. Aunque no es la hermosura en sí misma lo que seduce tanto, no se trata de lo virtuoso de la técnica. En cambio, el punto aquí es la capacidad de estas imágenes para evocar sensaciones y emociones ligadas al discurso del film. A diferencia de la tarjeta postal, que muestra imágenes inverosímiles y falsas, hasta imágenes muertas, la fotografía que cuenta la historia de Mercedes Muñoz está tan viva y es tan dinámica como su protagonista. Por eso el paisaje – hostil, árido, agresivo – tiene una materialidad tan inmediata, un peso tan marcado. En vez de preciosismo, Zeballos expresa el encanto de la más atractiva simpleza.

Y después está el tiempo. O, mejor dicho, su transcurrir (o no transcurrir). Porque este mundo parece haberse salido de los goznes del tiempo. No tiene medida ni inicio ni final. Es como un tiempo suspendido en el que todo ocurre a la vez – casi como si no hubiera ni pasado ni futuro. Y en ese tiempo se alojan cuestiones existenciales que la película explora sin pretensiones y sin solemnidad, con algunas metáforas que dicen más que mil palabras. Un continente incendiándose tiene una duración de 70 minutos y aquí aplica el refrán tan conocido: lo bueno, si es breve, dos veces bueno.

Un continente incendiándose (Argentina, 2018) Puntaje: 7

Guión y dirección: Miguel Zeballos. Fotografía: Luis Miras Vega. Montaje: Alina Couto. Sonido: Federico Billordo, Fernando Ribero. Música: Lola Linares. Corrección de color: Sebastián Guttman. Producción ejecutiva: María Soledad Laici, Juane Paoletta. Duración: 70 minutos.