Estar “en tránsito” es no estar ni aquí ni allá, no haber llegado y no haber partido. Es un estado estático, casi como un limbo o la nada misma. Por eso Transit, el título de la nueva película del talentosísimo director alemán Christian Petzold (Seguridad interior, Triángulo, Bárbara, Ave Fénix) no podría ser más exacto. Porque aquí los personajes están en tránsito, claro, pero no solamente en términos geográficos, sino en lo que respecta a asuntos del corazón y a situaciones de vida. Son, también, personajes que adoptan nuevas identidades – un rasgo recurrente en la filmografía de Petzold – , que aparecen como fantasmas que vienen del pasado y del futuro, como si estuvieran afrontando luchas y traumas de distintos tiempos que tienen su resonancia, contundente e inclaudicable, en el aquí y ahora. Un presente que alberga un pasado que no se quiere ir. O no puede irse.
La trama es compleja de por sí y se hace más compleja por la estructura narrativa que tiene saltos temporables que no siempre son fácilmente identificables. Uno cree que está viendo una cosa que va a conducir a otra, y de repente el panorama cambia y uno tiene que resignificar todo lo visto hasta entonces. O, mejor dicho, repensar vínculos y afectos que adoptan otros caminos. Pero nada de esto es caprichoso, Petzold no quiere llamar la atención con su sofisticación porque sí. No se trata de un juego formal vacío. Todo lo contrario. Porque aquí, como en las mejores películas que construyen una narrativa no convencional, la forma fílmica es el contenido, no un adorno. Dicho de otro modo: esta misma historia no podría haber sido narrada de otro modo.
Adaptada de la novela homónima de Anna Seghers que transcurre en 1942 en la Marsella no ocupada por los nazis, Transit, la película se toma sus libertades: como telón de fondo están los problemas inmigratorios contemporáneos, como si nada hubiera cambiado en 75 años. Hay otros signos – como la vestimenta, algunos objetos contemporáneos, patrones de habla – que proponen un juego entre los tiempos, y también entre los géneros. Tenemos, por un lado, un afinadísimo y conmovedor melodrama, pero también una película de espionaje y un drama histórico. Donde comienza uno y termina el otro no se sabe. Pero no importa. Lo que sí importa es lo bien que se conjugan y dan pie a una historia que mantiene su cohesión estilística a pesar de todos los cambios que ocurren.
Georg (Franz Rogowski) es el gran protagonista, un refugiado alemán que tiene en su poder documentos que eran de un tal Weidel, un celebrado y respetado novelista que se suicidó en un hotel francés. Como el novelista muerto, Georg también huye de las tropas alemanas que han invadido Francia, pero todavía no llegaron a la ciudad porturaria de Marsella. Precisamente allí Georg, como tantas otras personas, va a intentar conseguir nuevos documentos y visas de tránsito para así poder subirse al próximo barco que parta hacia México. ¿Y qué mejor que hacerse pasar por Weidel? Mejor aún cuando las autoriades dan por sentado que él es el escritor que se quitó la vida. Al fin y al cabo, tiene sus documentos y hasta sabe de literatura, incluso puede recitar las líneas de su último libro (o eso parece).
Pero nada es tan fácil como suena. Porque hay otras historias aparte de la de Georg, que se van a entrelazar con la suya y le harán cambiar de destino, aún estando en tránsito. A veces no le quedará otro opción y hará lo que tenga que hacer, otras veces eligirá, y algunas otras veces no se sabe muy bien si está eligiendo o si está siendo forzado. Incluso parece que ni él mismo lo sabe. Es que todo puede cambiar en cuestión de minutos, y sin embargo también es verdad que cuanto más cambie algo, más se parece a lo que era antes.
Va a aparecer una bellísima mujer, Marie (Paula Beer), refugiada y esposa del Weidel, quien lo abandonó en el peor de los momentos y, sin embargo, ahora se siente culpable y lo busca todo el tiempo. Richard, (Godehard Giese), un médico refugiado que ahora está involucrado con Marie (pero, ¿está enamorado?¿ella está enamorada de él?) Y van a aparecer otros personajes, inmigrantes/refugiados y europeos en tránsito, cada uno con su propia historia, todas bastante desoladoras. Y el narrador omnisciente, en off, que luego se revelará como otro personaje, también debe tener su propia historia, aunque no la cuente.
Apasionante y dolorosa, Transit es una película que se va desplegando sin prisa ni pausa, de modo tal que el espectador, como los personajes, muy de a poco se da cuenta de qué está pasando y por qué. No es una historia cargada de cinisimo o de nihilismo, pero tampoco es optimista, en lo más mínimo. Es realista y por eso es tan dura. Aquí no hay nada para embellecer, anque haya gestos y conductas de los personajes que hablan de una entrega genuina. Y en lo que se refiere al amor plantea una pregunta incómoda y perturbadora: en una separación, ¿quién es el que olvida primero? ¿El que abandona o el abandonado?
Transit (Alemania, 2018). Puntaje: 9
Dirigida por Christian Petzold. Escrita por Christian Petzold, basado en la novela de Anna Seghers. Con Franz Rogowski, Paula Beer, Godehard Giese, Lilien Batman, Maryam Zaree, Barbara Auer, Matthias Brandt, Sebastian Hülk, Emilie de Preissac, Antoine Oppenheim. Fotografía: Hans Fromm. Música: Stefan Will. Montaje: Bettina Böhler. Duración: 104 minutos.