«Me gusta pensar Casa del Teatro como el negativo o un opuesto complementario de mi opera prima. Si Mauro era una ficción filmada a la manera del documental o el ensayo, donde la búsqueda del tema se transforma en el tema, Casa del Teatro podría considerarse, en cambio, un documental filmado con la aspiración dramática de una ficción. Si la primera era una película con padres ausentes, Casa del Teatro es una película de hijos ausentes, donde la distancia generacional se abisma hasta el misterio” dice Hernán Roselli acerca de su segunda película recientemente estrenada, y exhibida hasta el miércoles 31 de octubre en la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín.
Retrato intimista y crónica de una búsqueda, Casa del Teatro narra la historia de Oscar Brizuela, un actor ya retirado de 80 años que vive en, efectivamente, en la tan mentada institución que agrupa a gente del espectáculo y actores retirados con problemas económicos y de salud. Oscar no está pasando por el mejor de los momentos, aunque lo peor ya quedó atrás. Es que se está recuperando de un ACV, o de un infarto (los médicos no parecen estar muy seguros) por lo cual tiene episodios de olvido – sobre todo en la memoria reciente – y cierta dificultad para caminar. Pero ninguna de estas complicaciones evita, en lo más mínimo, que se lance a la búsqueda de su hijo Maximiliano, ya un adulto, a quien no ve hace ya más de 10 años. Para el caso, tampoco tiene contacto con el resto de su familia.
Lo más angustiante, incluso quizás más que la ausencia misma, es que no guarda buenos recuerdos de la relación con su hijo, quien aparentemente no desea ver nunca más a su padre. Incluso es probable que hayan existido incidentes violentos. Eso, como tantas otras cosas, se va sabiendo sobre la marcha, a medida que Oscar va siguiendo, con la ayuda de un detective, distintas pistas que podrían conducir al paradero de su hijo. Paradero incierto, si lo hay.
En su forma fílmica, Casa del Teatro es un documental inusual. Hace uso de found footage de Póker de amantes para tres – una poco conocida película argentina de 1969 protagonizada por Brizuela –, es decir utiliza escenas de la película, pero también se articula como un documental de observación, aunque con las características de un reportaje. Y si bien, en primera instancia, podría parecer que estas tres capas no funcionarían juntas, lo cierto es que aquí están muy bien integradas. Los saltos entra unas y otras le dan al relato un dinamismo y una buena cuota de imprevisibilidad a punto tal que el espectador pudiese sentirse más bien un participante – y no un mero testigo – del errante camino que Oscar recorre.
Claro que la sensación de cercanía no tiene solo que ver con la estructura narrativa. Porque desde lo formal, particularmente en el uso de una cámara alerta pero nunca invasiva y en la presencia de un envolvente sonido ambiente, Casa del Teatro se construye como un territorio que se despliega, sin ante el espectador. Que Roselli mira con atención y mira bien ya se sabía simplemente con ver su ópera prima. Acá, otra vez, el director elige instantes, pausas y silencios que dan muestras de lo que está pasando frente a la cámara – y también en el fuera de campo – sin subrayados ni explicaciones. Dicho de otro modo, es la sutileza para encontrar “ese algo” que más sentidos puede tener lo que distingue a este documental de tantos otros que solo miran por mirar.
También se puede pensar a Casa del Teatro como una reflexión sobre la pérdida y la vejez, una mirada empática y amorosa (en el sentido más amplio del término). Porque la búsqueda de Oscar y sus recuerdos de sus tiempos de gloria como actor – aunque el espectador nunca sepa si este pasado fue realmente tan maravilloso – es un viaje en el tiempo no carente de cierta tristeza disimulada. No una pena que sofoque el corazón, pero sí hay ráfagas de nostalgia que hacen que, en ocasiones, el presente sea arduo de transitar. Por otra parte, siempre que haya una búsqueda, hay movimiento. Y si hay movimiento, hay vida. De ahí que Casa del Teatro también sea luminoso.
Casa del Teatro (Argentina, 2018) Puntaje:7
Escrita, dirigida, producida y fotografiada por Hernán Rosselli. Con Oscar Brizuela, Ángeles Jiménez, Mónica Patiño, Fernando Ortega, Jack Caitak, Miguel Fontes, Rosa Escalada. Montaje: Ana Ramón, Hernán Rosselli. Diseño de sonido: Guido de Niro. Duración: 70 minutos.