“El guión está pensado para ser interpretado por Harry Dean Stanton, es un homenaje a él como actor y como hombre. En esencia, es biográfica ya que las historias de Lucky están escritas a partir de la vida de Harry. Lucky es un hombre solitario. Un amante de los rompecabezas y los juegos. Está orgulloso de sí mismo y decide su propio destino”, dice John Carroll Lynch acerca de Lucky, un retrato sentido, reflexivo, e incluso ocasionalmente divertido, de un hombre ateo de 90 años que se enfrenta a los pliegues de la vejez y a la inminente (o no) llegada de la muerte. Y al miedo que todo esto conlleva.
Pero Lucky no es una lección de vida a lo Hollywood, ni tiene una gran moraleja tranquilizadora, mucho menos epifanías sublimes, y tampoco busca encontrar verdades universales para hacer más fácil la llegada del final de la vida. En cambio, se trata de tener una mirada realista, ver las cosas tal como son, y ni siquiera soñar con angelitos. Pero esto tampoco implica una mirada fatalista o desesperanzadora. Más bien, es algo muy diferente. Porque, al fin y al cabo, estamos hablando de la serenidad que trae la aceptación de lo inevitable. Claro que es mucho más fácil decirlo que hacerlo.
Harry Dean Stanton, quien falleció en septiembre del año pasado al poco tiempo de filmar la película, solamente tuvo un protagónico anterior a Lucky, allá lejos y hace tiempo, con París, Texas (1984). Y fue memorable. Aparte, tuvo unos 200 roles como actor secundario, entre películas y series. Sin ir más lejos, dirigido por David Lynch, quien también actúa en Lucky, estuvo en Inland Empire y en la tercera temporada de Twin Peaks. De hecho, hay ecos de sus personajes de París, Texas y de TP 3 en Lucky, que es el debut como director de John Carroll Lynch, otro notable actor norteamericano con una carrera envidiable; entre lo más reciente, están sus roles en The Handmaid’s Tale, Channel Zero, American Horror Story, Jackie, La invitación, Loco y estúpido amor, y La isla siniestra.
Se nota que la ópera prima de Carroll Lynch es una obra dirigida por un actor para otro actor. Pero a diferencia de tantas películas de actores, que son apenas simples vehículos pensados exclusivamente para el actor muestre su virtuosismo, Lucky es una película sólida, que sabe de qué quiere hablar y cómo hacerlo. Porque aquí el actor y su personaje están al servicio del relato. No se pueden pensar por separado, son dos partes de un todo. Una simbiosis perfecta.
No se sabe cuál es el nombre verdadero de Lucky (“suertudo”) porque todos lo llaman por su apodo. Pero tiene sentido porque parece ser un hombre con suerte. Llegó a los 90 años sin ningún problema de salud, está absolutamente lúcido, es soltero y no tiene hijos, vive solo porque le gusta y porque no necesita ayuda, tiene buenos amigos y todos en el pueblo lo conocen. Hasta se da el lujo de fumar un atado de cigarrillos por día, más o menos, desde hace quién sabe cuánto tiempo. Como si fuera poco, hace ejercicios de yoga todos los días desde hace años y camina mucho. Por todo esto quizás lo sorprende tanto que un día como cualquier otro tenga un desmayo sin motivo alguno. Encima, el médico le dice que no sabe a qué atribuírselo ya que no hay indicios de enfermedad o trastorno de ningún tipo. Lo único que sí se sabe es que la vejez no viene sola. Por más que Lucky sea un joven de 90 años, este desmayo inesperado es para él una alarma. Un anticipo de lo que va a venir después, tarde o temprano.
Lucky vive en un pueblo sin nombre del Medio Oeste, parecido a tantos otros pueblos olvidados en el tiempo. Caminos de tierra, algunas casas y algunas tiendas, una iglesia, un bar y pocas cosas más. En el bar toma Bloody Marys con sus amigos, entre ellos un pintoresco lugareño interpretado por David Lynch, quien está muy preocupado porque se le perdió Roosevelt, su tortuga. Las conversaciones podrían parecer triviales, y en parte lo son, pero también hablan de las preocupaciones más profundas y los afectos fundamentales de un puñado de personas que, como Lucky, también saben que en algún momento todo se termina.
Lo más conmovedor de esta ópera prima – aparte de la extraordinaria interpretación de Harry Dean Stanton – es la manera tan humanista y sensible con la que habla del final, sin ser nunca apocalíptica ni optimista. Siendo realista, en cambio. Un realismo que implica abrazar lo que se tiene mientras se está vivo, afrontar las pérdidas sin desmoronarse, dejar partir al que se quiere ir a seguir su propio camino y también saber que hay regresos inesperados (porque hasta una tortuga puede cambiar de opinión).
Entrar al mundo del protagonista también significa entrar en otro fluir del tiempo. Todo aquí es un poco más sosegado, para bien. Se trata de contemplar más, y no tanto de ver. Como Paterson, de Jarmusch, Lucky también es, por momentos, lánguida y suave. Es poética, pero nunca edulcorada. Y es ambiciosa en su sencillez. Pero no es ni tan desdramatizada ni tan cansina como la película de Jarmusch. En cambio, aquí hay una energía vital que está presente todo el tiempo y que aflora con mucha emoción en los momentos menos pensados. Como puede ser una fiesta de cumpleaños de un niño, donde una canción melancólica puede incluso llegar a ser una afirmación del deseo de seguir estando vivo. Es que ver a la infancia desde la vejez es dolorosamente conmovedor. Dan ganas de seguir creciendo.
Lucky (EEUU, 2017) Puntaje: 9
Dirigida por John Carroll Lynch. Escrita por Logan Sparks, Drago Sumonja. Con Harry Dean Stanton, David Lynch, Ron Livingston, Ed Begley Jr., Tom Skerritt, Barry Shabaka Henley, James Darren, Beth Grant. Música: Elvis Kuehn. Fotografía: Tim Suhrstedt. Duración: 88 minutos.