Miró, las huellas del olvido, de Franca González

En Al fin del mundo (2014), la documentalista Franca González posa su mirada sobre un inusual carnaval de invierno que transcurre en un pueblito perdido en el sur de Tierra del Fuego. Pero no es el carnaval en sí mismo lo que le interesa, sino el retrato detallado, cercano de toda una pequeña comunidad, con sus adversidades, cotidianeidad y circunstancias (extra) ordinarias. En sus películas anteriores – Totem, Liniers, el trazo simple de las cosas y Atrás de la vía – González también despliega un abordaje que incluye tanto las tonalidades predominantes del cuadro general como los colores más singulares de esos detalles que no se ven a simple vista. Y el equilibrio entre estos dos polos es admirable.

En esa misma línea, con sus matices propios, se perfila su último documental, Miró, las huellas del olvido, que busca reconstruir, sin prisa ni pausa, el cuerpo y la historia de un pueblo del norte de La Pampa que fundado en 1901 por inmigrantes italianos y criollos, y que desapareció casi de golpe en 1912. Hoy Miró permanece tapado bajo sembradíos de soja y quienes todavía viven en la zona no conservan muchos recuerdos, es como si el pueblo no hubiese existido. Sin embargo, unos 4 años atrás unos chicos de una escuela rural descubrieron, accidentalmente, fragmentos de utensilios domésticos y objetos varios que, efectivamente, hablan de un lugar que se resiste a ser olvidado. Por eso exhibe sus huellas.

Así, nos vamos enterando que Miró, ubicado a las vías del ferrocarril, llegó a tener unos 500 habitantes, algunos pocos establecimientos – un almacén de ramos generales, un bar, una escuela, una herrería, una comisaría – y que si bien nunca fue un centro de gran producción, lo cierto es que las tierras eran fértiles, daban sus frutos y auguraban cierto crecimiento. Hasta que sus pobladores abandonaron el pueblo para irse a localidades aledañas – claro está que tuvieron motivos para hacerlo y en eso también ahonda el documental. No es ninguna novedad que la Argentina siempre ha tenido una relación conflictiva con la memoria, y con agudeza la documentalista da cuenta de esta problemática, tanto en forma concreta como simbólica.

Haciendo uso de recursos convencionales pero muy efectivos – entrevistas, material de archivo, fotos, trabajo de campo de antropólogos, voz en off de lugareños, lectura de cartas – Miró teje un tapiz de personas, hechos y costumbres que está teñido de melancolía y del sabor agridulce que tiene la búsqueda del tiempo perdido. La mirada de González es siempre afectuosa, pero nunca sentimentaloide. Es evidente que no le interesa la distancia de la objetividad fría, pero menos le interesa todavía el melodrama de la ausencia. Ya es suficiente con un Estado ausente que dejó a todo un pueblo en manos de los intereses de la agricultura sojera que no deja nada en pie.

Como en Al fin del mundo, González crea imágenes muy seductoras e incluso líricas gracias a una fotografía refinada y limpia, sin ornamentos innecesarios. Porque así los paisajes y las personas se ven iluminados en sus mejores tonos. Por momentos, hay una sensación de tiempo suspendido propia de los pueblos fantasmas, un aura que transforma lo prosaico en poético. Son estos valores formales sumados a una perspectiva tan abarcativa como puntillosa lo que hacen que Miró, las huellas del olvido sea un documental tan lúcido como personal.

Miró, las huellas del olvido (Argentina, 2018) Puntaje: 8

Escrito y dirigido por Franca González. Fotografía: Pablo Parra, Franca González. Sonido: Damián Montes Calabró, Mariana Delgado, Juan José Luzuriaga. Montaje: María Astrauskas. Duración: 90 minutos.