Antes que nada, hay que saber que La región salvaje no es una película de terror. Ni tampoco una de ciencia ficción. Sin embargo, tiene elementos de estos dos géneros y, por momentos, perturba mucho y da miedo. Tiene el clima ominoso propio del horror, solo que esta vez el horror es el de la caída en el abismo de la sociedad mexicana, y no tanto el del la criatura a lo Alien que vino del espacio y ahora anida en una cabaña cerca de unos bosques salidos de un perverso cuento de hadas. Un monstruo con tentáculos que puede dar placer y dolor extremo a los hombres y las mujeres que se le acercan para conectarse con lo más primitivo de su humanidad, con esa sexualidad atávica que quedó sepultada en la desesperanza.
Porque la última película del mexicano Amat Escalante (Sangre, Los bastardos, Heli), que recibió el León de Plata a Mejor Director en el Festival de Venecia, despliega una mirada implacable sobre el patriarcado, el machismo, la homofobia, la misoginia, y el sometimiento de los más débiles en una sociedad en la que la violencia intolerable es moneda corriente. Una violencia que está naturalizada, avalada por muchos, y resistida por pocos. Incluso los que se animan a rebelarse pueden terminar mucho peor que como estaban antes. Y eso que ya estaban muy mal.
Alejandra (Ruth Ramos) y su esposo Ángel (Jesús Meza) viven con sus dos hijos en un hogar humilde, con no mucho más que lo estrictamente necesario para el día a día. La relación entre marido y mujer es violenta y está desprovista de amor, y obviamente es la mujer la que se lleva la peor parte. A la vez, la relación entre Ángel y Fabián (Eden Villavicencio), el hermano de Alejandra, esconde un secreto que ningún macho como Ángel se atrevería a revelar. Y sí, es Fabián el que no la pasa nada bien. O, al menos, sus placeres fugaces y ocultos tienen un precio demasiado alto.
Fabián es enfermero en un hospital y es allí donde conoce a Verónica, una chica que viene a recibir atención médica a raíz de uno de sus tantos encuentros sexuales con la criatura del espacio exterior. Y es ella la que va a guiar a Fabián a tener sus propios encuentros. Alejandra trabaja en la fábrica de dulces de su suegra, a quien odia y con justa razón. Ángel trabaja en la industria de la construcción, en un entorno machista que potencia toda su homofobia, su misoginia, y, sobre todo, pone en crisis a su propio deseo. Por eso es lógico, aunque inaceptable, que con alguien se tenga que desquitar. Claro que todo el mundo tiene un punto de quiebre. No se puede aguantar tanto. En algún momento tiene que haber algún tipo de liberación.
Con apropiadas referencias a Posesión, de Andrzej Zulawskli, La región salvaje deja en claro que la (re) conexión con una sexualidad voraz y vitalizadora es el único camino de liberación posible. Todos, tarde o temprano, van a ir a parar a la cabaña del bosque. Pero no a todos les pasará lo mismo. Porque la criatura parece saber a quién le corresponde recibir placer y a quién dolor. Y así hace justicia.
En un registro realista y descarnado, con un tempo que genera un lento pero sostenido suspenso, y con no pocas escenas de una gran violencia, La región salvaje no es una película fácil de ver. Porque la propuesta de Amat Escalante es que el espectador sea testigo, y bien de cerca, de ese infierno tan temido en el que están encerrados sus personajes. De ahí entonces la sensación de callejón sin salida. Pero el retrato, por duro que sea, es siempre verosímil. Y el abordaje desde el fantástico, que bien podría quebrar el tono realista, demuestra ser, en cambio, muy orgánico y nunca disruptivo.
No conviene saber mucho más. Porque una parte importante de experimentar La región salvaje está en la sorpresa, en eso que se teme pero que se desea que no pase nunca, en eso que ni se puede imaginar y que, de repente, ocurre. Todo de la mano de un erotismo animal fascinante, pero también intimidatorio. Para bien y para mal, es como un hechizo del que no escapa nunca.
La región salvaje (México, Dinamarca, Francia, Alemania, Noruega, Suiza, 2016) Puntaje: 8
Dirigida por Amat Escalante. Escrita por Amat Escalante, Gibrán Portela. Con Kenny Johnston, Ruth Jazmín Ramos, Simone Bucio, Eden Villavicencio, Jesús Meza, Bernarda Trueba. Fotografía: Manuel Alberto Claro. Música: Martín Escalante, Igor Figueroa, Fernando Heftye, Lasse Marhaug, Guro Moe. Montaje: Fernanda De la Peza, Jacob Secher Schulsinger. Duración: 98 minutos.