Paterson es el nombre de una pequeña ciudad, un tanto venida a menos pero no sin cierto encanto, en el estado de New Jersey. Es un lugar que se conoce, entre otras cosas, por algunos famosos que allí vivieron, como el cómico Lou Costello (el gordo de Abbot y Costello) y el poeta Williams Carlo Williams, autor del poema épico Paterson. Aparte de eso, es una ciudad que no llama la atención por nada en particular, excepto quizás porque tiene un aire de tiempo suspendido que la hace liviana y melancólica.
A su vez, Williams Carlo Williams es el héroe del protagonista de la última ficción de Jim Jarmusch, que también se llama Paterson y está interpretado por Adam Driver. Es un hombre común y corriente que maneja un colectivo a través de la pequeña ciudad y que ama la poesía. Por eso, casi en secreto, escribe sus propios poemas cuando nadie lo observa. De más está decir que la película también se llama Paterson y es uno de los mejores estrenos de este año. Una sorpresa tan inesperada como gratificante.
Paterson transcurre a lo largo de una semana y está dividida en capítulos diarios que comienzan cuando Paterson, el colectivero, se despierta a las 6:12 am junto a su amorosa novia iraní Laura (Golshifteh Farahani) en la modesta pero acogedora casita que comparten en un clima de envidiable armonía doméstica. A través de pequeños detalles, de cositas sin sentido aparente, se ve que Paterson y Laura están muy enamorados – aunque nada de esto se exprese con muchas palabras, acciones deslumbrantes o gestos altisonantes. Ya se sabe que en el cine de Jarmusch estos modos de comunicación no existen. Se trata, quizás, de decir lo mismo o algo parecido, pero de otra manera.
Paterson camina hasta el trabajo, se sube a su colectivo y rutinariamente recorre la ciudad, sin prisa ni pausa. Vuelve a su casa a las 6 de la tarde, saca a pasear a Marvin, el perro bulldog de su novia, va hasta un bar cercano y deja al perro obediente esperando afuera. En el bar conversa con el barman y con los amigables clientes de turno, que en su mayoría son negros. Allí es testigo, y a veces partícipe involuntario, de los pequeños dramas de los otros. Y así el espectador también entra en contacto con vidas comunes y corrientes que incluso podrían resultarle familiares. Se sabe poco y nada de estas personas, pero se sabe lo suficiente como para interesarse.
Al salir del bar, Paterson vuelve a casa y pasa tiempo con Laura, haciendo esto y aquello, hasta que llega la hora de dormir. Así, todos los días. Dicho sea de paso, Laura también es un personaje bastante singular: no tiene trabajo, sueña con ser cantante de country y con vender cupcakes en el mercado (y eventualmente lo hace y con mucho éxito). Lo que es realmente raro, pero que nunca es mostrado como tal, es su gusto por decorar la casa, incluyendo cortinas de baño, almohadas, alacenas, con intricados diseños geométricos en blanco y negro, pintados a maño por ella misma. Hasta las mismas cupcakes son decoradas siguiendo este estilo que amenaza con invadirlo todo.
¿Y la poesía? Para la poesía siempre hay tiempo. Porque Paterson va pensando sus poemas mientras recorre la ciudad y mientras almuerza. Porque antes de arrancar con las recorridas los escribe en un cuadernito que lleva a todos lados mientras el espectador oye las palabras y las ve escritas en la pantalla en una cursiva muy atractiva. Son poemas que deliberadamente no riman, son encantadores en su simpleza, son llanos pero significativos. Y hablan de la singular transcendencia de todo eso que llamamos cotidiano. Claro que también hablan del amor romántico. Y están escritos por el poeta Ron Padgett, de 73 años, nativo de Oklahoma.
Y si bien Laura lo presiona para que los publique, a él no le interesa en lo más mínimo. Ni siquiera le importa mostrárselos a otras personas. Son su tesoro, son algo de él y para él. En un mundo donde todos quieren ser vistos y admirados, Paterson elige ser reservado y elusivo. Es que es un personaje que añora un mundo que ya no existe más, ese mundo que no era instantaneidad pura y en el que la palabra valía más que mil imágenes. Es ese universo de los años 50s el que Paterson y Laura eligen construir y celebrar en su hogar, bien lejos del mundanal ruido.
Y la película misma también parece pertenecer a otro tiempo. Es tan lánguida y suave como su protagonista, es poética pero nunca edulcorada, es ambiciosa en su sencillez. Porque es muy difícil crear los climas y estados de ánimo de Paterson sin que la película resulte aburrida o insustancial. Como gran parte del cine de Jarmusch, la historia está desdramatizada, casi no pasa nada que se pueda traducir en acciones o episodios que generen altos y bajos en la narrativa. Es, por momentos, como estar inmerso en un sueño en el que uno querría vivir, pero que no se encuentra por ningún lado – ni siquiera en el cine de hoy en día.
Hay escenas, por ejemplo, que son tan realistas e inmeditas que uno se pregunta si efectivamente están siendo actuadas por actores profesionales – los adolescentes que hablan de anarquismo en el colectivo, la niña que también escribe poesías con quien Paterson entabla una breve pero significativa conversación, el japonés interesado en hablar de Paterson, la ciudad, con Paterson, el colectivero. Lo más sorprendente es que estas escenas se sienten tan orgánicas como aquellas que están mucho más estilizadas. Es una combinación que rara vez sale bien y que Jarmusch sabe cómo hacer para que sea natural y espontánea.
Si no fuera por su novia y por el perro la película sería perfecta. Porque Golshifteh Farahani es muy bonita y sugestiva, eso sin duda alguna. Pero el registro de actuación está ligeramente exagerado, incluso al punto de que a veces parece ser una parodia involuntaria. Y su infinita bondad, carisma y comprensión no la hacen muy verosímil – a diferencia de la ambigüedad y el toque de misterio que Driver le imprime a su personaje.
En cuanto al perro, ya se sabe: es simpático, amigable y bueno. Es decir, es el animal que despierta una empatía muy facilista en el espectador. Por eso se convierte en otro personaje fuera de registro en una película tan sutil como Paterson. Sí, sobre el final el perro hace algo que es determinante para la historia, pero también se podría haber resuelto de otra forma, sin ningún animal. Sacando estos dos detalles no hay nada para reprocharle a Paterson. Todo lo contrario. Es un placer de principio a fin.
Paterson (Estados Unidos, Francia, Alemania, 2016). Puntaje: 9
Escrita y dirigida por Jim Jarmusch. Con Adam Driver, Golshifteh Farahani, Chasten Harmon, Barry Shabaka Henley, William Jackson Harper, Rizwan Manji. Fotografía: Frederick Elmes. Música: Jim Jarmusch, Carter Logan y Sqürl. Montaje: Affonso Gonçaives. Diseño de producción: Mark Friedberg. Duración: 114 minutos.