En su película anterior, Sangre de mi sangre, el director italiano Marco Bellocchio une fluidamente dos historias – la primera sobre un juicio por brujería en el siglo 17, la segunda acerca de vampiros ancianos del siglo 21 – que si bien transcurren en distintos tiempos, el lugar es siempre el mismo: el convento de Santa Chiara. A la vez, estas historias no están conectadas – al menos no de una manera aparente o convencional. Y las dos son tan complejas en su narrativa como atrapantes en su estética. En síntesis, una película digna del mejor Bellocchio.
Dulces sueños, su nueva película presentada en la Quincena de Realizadores de Cannes, narra la historia de un niño de 8 años – luego adolescente, joven y finalmente adulto -que pierde a su madre, nadie le dice la verdad acerca de cómo murió, y entonces hacer el duelo le resulta imposible. Porque las mentiras no se las cree.
Narrada con saltos de tiempo entre el presente y distintos pasados, sin perder el hilo nunca, Dulces sueños tiene una parte del relato que funciona muy bien, a saber las etapas de la infancia y la adolescencia, pero el resto, es decir los distintos momentos de la adultez, distan mucho de ser convincentes. Estéticamente, aún con una fotografía impecable, es una película que podría haber filmado cualquier director competente. Es que del sello personal de Bellocchio hay poco y nada.
Él mismo señaló que Dulces sueños es una película hecha por encargo, una adaptación de la exitosa novela homónima de Massimo Gramellini’s. Y ahí quizás resida parte del problema. Porque da la impresión que el simplismo, ciertos lugares comunes y el sentimentalismo ya estaban en el texto original. Por otro lado, se sabe que el tema de la madre tiene un fuerte peso en Italia, así como el tema de la familia en la obra de Bellocchio. Pero lo que no es típico de su filmografía son los trazos gruesos de los personajes y sus circunstancias en, al menos, la mitad de la película.
Y eso que la historia comienza muy bien. Estamos en 1965 y Massimo (Nicoló Cabras) y su vivaz mamá (Barbara Ronchi) bailan el Twist en su hogar, como si fueran una pareja de enamorados. Después, miran el serial televisivo Belphégor y algunas películas de terror, los dos un bastante asustados y bien abrazados. Más adelante, en otro momento, vemos que el estado de ánimo de la madre cambia. Casi enseguida desaparece de escena y un cura (Roberto Di Francesco) le dice al niño que su mamá está con su ángel guardián en el cielo. Massimo niega que ella esté muerta y la espera en vano, día tras día.
El padre (Guido Caprino) intenta hacer lo posible para que el niño acepte y supere la pérdida, pero no es un hombre afectuoso. Tampoco lo es Mita, la mujer que el padre trae a la casa para que cuide del niño. Y eso hace que la añoranza por ese ser querido sea aún más grande. Aún después, siendo un adolescente y un adulto, parecería que Massimo sigue teniendo 8 años.
Porque es en los ‘90s cuando vuelve a su ciudad para vaciar el departamento de su padre tras su muerte y entonces surgen recuerdos de su pasado cuando era periodista de deportes – y después periodista de actualidad en Bosnia. Las viñetas de distintos momentos de su vida ilustran, de un modo u otro, siempre lo mismo: que Massimo adulto (Valerio Mastrandrea) es un personaje unidimensional, un depresivo que no puede hacer el duelo, un sujeto desafectivizado. Eso es lo único que es.
Entonces, esta falta de dobleces hace que todo se torne bastante obvio, hasta burdo. Y a medida que transcurre el relato queda aún más claro lo que ya se suponía: que cuando hay mentiras no se pueden cerrar las heridas y que hay que llorar para sanar. Quizás la escena más sentimentaloide sea ésa en la que Massimo adulto responde la carta de un lector del diario que odia a su madre y pide consejo sobre cómo qué hacer ese odio. Claro está que Massimo jamás convalidad el odio, o el desamor, o la indiferencia, que un hijo pueda sentir por su madre. Por eso le dice, le explica, lo ilumina acerca de cómo dejar ese odio de lado. Madre hay una sola.
Nada de lo anterior quiere decir que Dulces sueños no emocione o no angustie. Sí lo hace cuando Massimo es niño y adolescente. Sí evoca muy bien la sensación de desolación frente a la pérdida. Sí se siente genuina. Tiene méritos y se notan – por empezar, las actuación de Cabras y el clima general de melancolía y vacío. Cualquiera que sufrió una pérdida similar sabe que las cosas son así como Bellocchio las muestra. El punto es que si solamente no fuese tan despareja y aún siendo tan convencional, Dulces sueños sería una película muy efectiva con un impacto mucho mayor al que tiene tal como es.
Dulces sueños (Fai bei sogni, Italia, 2016). Puntaje: 6
Dirigida por Marco Bellocchio. Escrita por Valia Santella, Edoardo Albinati y Marco Bellocchio, basada en la novela homónima de Massimo Gramellini. Con Valerio Mastandrea, Bérénice Bejo, Fabrizio Gifuni, Guido Caprino, Linda Messerklinger, Ferdinando Vetere y Barbara Ronchi. Fotografía: Daniel Cirpì. Música: Carlo Crivelli. Montaje: Francesca Calvelli. Duración: 132 minutos.