“Cuando yo tenía 6 años mi familia tuvo que exiliarse de Argentina. En ese exilio, mis oídos se acostumbraron a escuchar en las sobremesas, mientras jugaba distraído, historias terribles que traían los amigos que nos visitaban o que compartían con nosotros el exilio. Uno de esos días llegó la noticia de que un gran amigo de la familia y un personaje al que yo tenía idealizado en mi infancia, Benito Urteaga, había muerto en un enfrentamiento con los militares. El cuerpo de Benito jamás apareció”, dice Facundo Beraudi en relación a su ópera prima La memoria de los huesos, un documental centrado en el arduo e invalorable trabajo del Equipo Nacional de Antropología Forense.
Pero no es que La memoria de los huesos se trate de la búsqueda del cuerpo de Benito Urteaga. Ése es apenas un nombre que corresponde a uno de los tantos desaparecidos durante la última dictadura militar argentina. Hay todavía mucho más. De muchos de ellos se encarga el Equipo Argentino de Antropología Forense, que lleva 30 años recuperando e identificando los restos de desaparecidos en Argentina. Y también en más de treinta países – de hecho, el documental también da cuenta de la situación de los desaparecidos en El Salvador.
Porque, ya se sabe, un desaparecido no es ni un muerto ni un vivo. Es alguien que está y no está. Una especie de muerto vivo, si se quiere. Por eso nada salvo la restitución de los restos a sus familiares puede, quizás, cerrar heridas y dar fin con una búsqueda que parece ser interminable. Muchas veces lo es. Otras, por suerte, no. Porque por más doloroso que sea encontrarse con los restos de un ser amado, también significa dejar de buscar y hacer el duelo de una vez por todas.
Éstas y otras cuestiones son abordadas con una cuidada sensibilidad, con emotividad pero sin sensiblería y desde una mirada cercana. A través de testimonios en off y a cámara de familiares de desaparecidos se va tejiendo un tapiz de historias marcadas por el dolor y la ausencia. No se trata de abordar el tema desde la estadística, lo estrictamente científico, o lo jurídico. En cambio, lo que se pone en juego acá es el ángulo personal y humano de cada historia.
En este sentido Beraudi logra acercarse, con mucho cuidado, a sus entrevistados sin invadirlos y extrae lo universal de cada historia singular. No sorprende, entonces, que haya una resonancia afectiva tan auténtica como necesaria. Necesario también es el documental para mantener activa la memoria de las generaciones actuales y de las que están por venir.
Por eso, el problema central de La memoria de los huesos no está en el orden de lo temático ni en el tono de su discurso. Sino que es de carácter estrictamente cinematográfico. Por un lado, su estructura narrativa es demasiado convencional y está muy vista como para generar algún tipo de intercambio nuevo con el espectador. Por otro lado es reiterativa en su ejecución y puede llegar a ser morosa. Por eso después de la mitad de la película se siente que se ve más de lo mismo, al menos en términos de estilo.
De ahí que como documento histórico la ópera prima de Beraudi sea muy valiosa, pero eso no quiere decir que sus logros sean los mismos en tanto obra cinematográfica. Lo que es muy usual en documentales que ponen el acento en los contenidos y no en la forma fílmica. No es un error grave pero tampoco es un detalle menor.
La memoria de los huesos (Argentina, 2016). Puntaje: 6
Escrita y dirigida por Facundo Beraudi. Fotografía: Facundo Beraudi, Diego Delpino. Música: Diego Bravo. Montaje: Verónica Rossi. Duración: 83 minutos.