Cuatreros, de Albertina Carri

“Isidro Velázquez es un personaje muy pintoresco. Se lo considera el último gauchillo alzado de la Argentina, ya que después ese tipo de ladrón pasa a los suburbios de las ciudades. Es decir, son corridos de las zonas rurales cuando comienzan las construcciones de las villas. Se lo llamaba gauchillo porque tenía apoyo popular. Por eso, según la teoría de mi padre, a la cual yo adscribo, lo que Velázquez hace representa el deseo del pueblo, más allá de la idea del Robin Hood que comparte el botín. También hay algo de la venganza encarnada. Es como un superhéroe que encarna lo que todos queremos que suceda. Que es que caguen a los poderosos”, explica sin medias tintas Albertina Carri (No quiero volver a casa, Los rubios, Géminis, La rabia) acerca de su nueva película Cuatreros, un impactante, lúcido y muy atípico documental/ensayo fílmico que despliega, al menos, dos miradas: una introspectiva que hurga en la memoria individual de la realizadora, y otra más amplia que se proyecta desde y hacia la memoria colectiva de la Argentina y del espectador.

Ya desde el vamos, Cuatreros es única. La idea original de Carri era filmar una película sobre el legendario bandido – también considerado un paladín revolucionario- que fue asesinado por la policía en un tiroteo en diciembre de 1967, a los 39 años, en Pampa Bandera (Chaco), y que con el correr de tiempo se convirtió en todo un mito. De hecho, la figura de Isidro Velázquez ya había sido abordada por el cineasta Pablo Szir en Los Velázquez, que empezó a filmar a principios de los 1970’s. Pero con la desaparición de Szir en tiempos de dictadura militar, la película quedó incompleta y también desapareció.

Por otro lado, Carri tomó conocimiento de la historia de Velázquez a través del libro Formas pre revolucionarias de la violencia (1968), escrito por su padre , el sociólogo y ensayista Roberto Carri, que fue secuestrado y desaparecido junto con su esposa Ana María Caruso en febrero de 1977 durante la dictadura. Con estos elementos, la realizadora inicia la copiosa investigación y el desarrollo del guión de su proyecto, pero luego de varias idas y vueltas decide abandonarlo porque, desde el punto de vista cinematográfico, no encuentra en la historia de Velázquez una película que le resulte interesante.

Pero lo que sí es interesante, y mucho, es que Carri decide filmar una película sobre el intento de filmar la historia de Velázquez, con todos su vericuetos y ramificaciones, que la llevan a otros temas. Es decir, a hablar de la historia de la violencia y represión institucional durante los años 1960’s y 1970’s en la Argentina, de la gran deuda del país con los pueblos originarios, de su propia historia como hija y madre, de su propia filmografía, y de la herencia de los años de plomo – entre otras tantas cosas.

Como en un rizoma infinito, estos temas con sus distintas aristas van trazando un mapa, un recorrido en una geografía en donde la memoria pondera y acusa, sin dejar títere con cabeza. Descripta por su propia directora como una road movie, y con razón, Cuatreros es todo un viaje vertiginoso y no solamente uno que emprende Carri, sino también uno propuesto a un espectador activo que tiene que estar siempre alerta.

Porque todos los interrogantes, las aseveraciones y las dudas que Carri plantea están expresadas a través de un excepcional dispositivo audiovisual nunca antes utilizado en ninguna película (lo más cercano, como aclaró el historiador Fernando Peña en el estreno de la película en el Malba, sería el Napoleón de Abel Gance). Es que la gran pantalla del cine se divide en 2, o 3, o 4, o 5 pantallas que paralelamente muestran diferentes imágenes de archivo tomadas de distintas fuentes (hay mucho de los medios de comunicación de la época) que se superponen, establecen uno y/o varios diálogos posibles transforman el montaje en una operación no lineal, y así un sinnúmero de sentidos se anudan y desanudan a una velocidad bestial.

Todo esto acompañado por la voz en off de Carri que lee distintos textos – algunos complejos, otros más llanos, algunos muy graves, otros con cierto humor, algunos bien intelectuales, otros más cargados de afectividad- que acompañan a las imágenes y/o establecen un contrapunto. Muchas veces incluso se refieren a otras cosas, otros objetos, que no tienen representación visual de ningún tipo. Por eso las posibilidades de evocar conceptos, pensamientos, y sentimientos son ilimitadas.

Claro que suena un poco agobiante. Porque en parte lo es. Por momentos, recibir tanta información, procesar todo lo que se ve puede ser un poco agotador, a pesar del montaje tan dinámico. Pero eso no empaña la experiencia de ver Cuatreros, que permite que el espectador asocie lo que ve con ideas e imágenes varias propias, que quizás no tienen tanto que ver con la película. Así, se puede ir y volver, dejarse llevar. Es una película matemática, o sea toda imagen tiene un sentido y no está puesta porque sí, pero eso no significa que haya que entenderlo todo

Desmesurada, inclaudicable, y desbordadamente intensa, Cuatreros es una obra sumamente autoral que funciona no solamente en un nivel intelectual, sino también (y especialmente) en un nivel emocional. Aunque parezca lo contrario, no es una película “de ideas y conceptos” y nada más, aunque esté llena de ideas y conceptos. Sería más justo decir que es una película donde las ideas y los conceptos están anclados en el desgarro, la necesidad urgente de examinarlo todo, y mucha rabia.

Es lo que se podría llamar un excepcional tour de force cinematográfico que no conoce límites. O sí los (re) conoce, pero para traspasarlos y crear así una nueva experiencia cinematográfica.

Cuatreros (Argentina, 2016) Puntaje: 8,5

Escrita y dirigida por Albertina Carri. Investigación y recopilación de material de archivo: Leandro Listorti. Fotografía: Alejo Maglio, Federico Bracken, Tamara Ajzensztat, Bruno Constancio. Montaje: Lautaro Colace. Diseño de sonido: Martín Grignaschi. Duración: 84 minutos.