Intruders, la opera prima de Adam Schindler, es muchas cosas a la vez y todas están bien hechas. Es un thriller de terror con unas cuantas vueltas de tuerca en un registro tan realista como ominoso. Es una película de invasión al hogar y una película de venganza. Es exploitation sin ningún reparo y también un drama sórdido. Es un cine de fórmula sin nada vanguardista, pero la fórmula no es la misma de siempre. Nada ocurre en Intruders como uno lo venía anticipando.
Anna es agorafóbica, vive con su hermano Conrad y hace 10 años que no sale de su casa. Más precisamente desde la muerte de su padre. Y su único ser querido es su hermano. Por eso es doblemente tortuoso que, después de un largo sufrimiento, Conrad finalmente muera de cáncer. Prisionera en su propia casa y en absoluta soledad, Anna se enfrenta a una vida desoladora.
Todo empeora cuando el mismo día del funeral de su padre tres ladrones entran en su casa para robar. Claro que los ladrones no sabían que Anna iba a estar en la casa. Pensaban que tendrían todo el tiempo del mundo para revisar la casa. Pero no. Todo va a ser bastante más complicado. Sobre todo cuando la propia casa tiene sus secretos.
Simple y contundente, ésa es la trama. Sin pretensiones de trascendencia, Intruders se revela como un inteligente y provocador juego del gato y el ratón en el cual el ratón, tarde o temprano, se cansa de huir y arremete con todo contra el gato. Esta chica agorafóbica de débil no tiene nada, aunque esté marcada por un pasado traumático.
Por eso la inversión en la trama de la película convencional de invasión al hogar, donde los intrusos son los victimarios y los que viven en la casa son pobres víctimas, no es caprichosa ni está solamente con el fin de construir un relato impredecible. Está para decir algo acerca de las personas supuestamente íntegras y confiables que viven en casas tan lindas como acogedoras. Y lo que dice es siempre espeluznante. ¿Acaso alguien realmente sabe qué hacen los buenos vecinos cuando nadie los ve?
Así como las casas embrujadas se construyen sobre cementerios que nadie respeta, y por eso mismo los espíritus ejecutan su venganza, hogares como el de Beth se forman con padres que hicieron monstruos de las personas. Esos monstruos hoy perpetúan el legado del horror. Como en No respires, y digno del mejor exploitation, hay algo inconfesable y revulsivo en el terreno del abuso sexual. Todo dentro de un círculo perverso que parece no quebrarse nunca.
Filmada casi íntegramente dentro de la casa, Intruders se vive como si estuviera narrada en tiempo real, aunque no lo está. Haber construido con tanta exactitud el orden y la duración de cada incidente no puede sino darnos una fuerte sensación de un aquí y ahora tenso y perturbador. Es que el ritmo del montaje nos mantiene en vilo y la cámara disimula su presencia para que el protagonismo sea exclusivo de Anna, los tres ladrones y la casa macabra.
Beth Riesgraf desarrolla su personaje con matices, por eso nunca es la caricatura de una agorafóbica. Tampoco revela anticipadamente nada de eso que está tan oculto. En gran medida el corazón de la película no es tanto la trama en sí sino cómo Anna se va mostrando y transformando según ocurren los acontecimientos. Porque es ella la que tiene que exorcizar su pasado si quiere abandonar su encierro. La pregunta es si puede hacerlo o no. Y de qué modo.