
Sonrisas tan siniestras como las de Smile hay pocas. Parecen sonrisas de personas comunes y corrientes, pero no son humanas. Porque cualquier persona -un amigo, una pareja, un conocido o incluso un extraño- puede ser asediada por un ente sin nombre que se alimenta de sus traumas. Esta cosa prefiere invadir a personas vulnerables e indefensas, que ni luchar pueden. Muy a su pesar, las víctimas le van a pasar la maldición a otros. Solo es necesario estar presente cuando ya no aguantan más. Es entonces cuando la sonrisa siniestra se dibuja en sus rostros. Si la vemos, ya es demasiado tarde.
Smile es la ópera prima de Parker Finn y se origina en su cortometraje Laura Hasn’t Slept (se puede ver en YouTube), que ya mostraba a un director incipiente y astuto. Finn revive ese cine de terror que hoy en día es poco común: el que nos mantiene en un estado de alerta gracias al suspenso construido con mucho cuidado, con apenas algunos golpes de efecto y una atmósfera ominosa. Sentimos miedo, pero creo que es la ansiedad lo que más nos pesa.
Rose Cotter (Sosie Bacon, hija de Kevin Bacon y Kyra Sedgwick) es una psicóloga abnegada que trabaja en un hospital desde hace mucho tiempo. Se dedica a tratar pacientes con psicosis aguda, trabajo arduo si lo hay. Un día como cualquier otro atiende a una joven muy angustiada y asustada que le dice que “algo”, que solo ella puede ver, la está persiguiendo día y noche. Dice que no es una persona, sino una cosa que “usa los rostros de la gente como si fueran máscaras”. También escucha voces; le dicen que va a morir muy pronto.
En cuestión de minutos, Rose presencia una escena aterradora en la que la joven parece estar poseída. Nada va a ser igual después de este episodio. Es imposible. Aquí comienza el calvario de Rose: no solo intenta superar su angustia profunda por lo que vio, sino que también los recuerdos de un hecho traumático en su niñez comienzan a emerger después de años de estar sepultados. Y esto recién comienza.

No pienso que al cine haya que pedirle originalidad como si fuera un valor supremo. Casi todas las historias ya han sido contadas. Se trata de encontrar un modo singular para narrarlas y de hacer uso de otras historias previas para resignificar lo ya conocido. Así aparece lo nuevo.
Smile se parece a La llamada (en unos días hay que salvarse de la maldición que se conjura al ver lo que no había que ver), también a It Follows (esa cosa sin nombre y con rostros diversos nos persigue a todos lados y nos contagia) y por qué no a Destino final (de la muerte nadie escapa, excepto que encontremos algún truco para esquivarla).
Las referencias no son pocas, pero Finn deja en claro que su ópera prima no es un ejercicio intertextual ingenioso. El «algo» de lo que no se puede escapar ya no es una fuerza externa, sino que viene desde adentro, desde lo más íntimo del trauma. Se podría decir que Smile es un drama sobre la culpa en clave de terror psicológico, metáforas mediante. Lo aquí está en juego son preguntas difíciles de responder: ¿Es posible elaborar traumas del pasado que fueron reprimidos pero no desanudados? ¿Se puede vivir sin la amenaza del retorno de nuestros demonios? ¿Cuál sería el precio a pagar para ahuyentarlos?
Parker Finn sabe muy bien que no necesita de una trama enrevesada para desarrollar su premisa. Una vez que la historia comienza, va a avanzar a un ritmo acompasado para meternos dentro de un mundo que se parece mucho al mundo real que habitamos, pero que gradualmente va a ser invadido por lo sobrenatural. Con destreza, Finn acelera el devenir de la historia según lo que le va pasando a sus personajes. Nunca es al revés. Por eso nada se siente forzado.
No sería exagerado decir que Smile está atravesada por tensiones varias ya desde los primeros minutos. Su atmósfera es opresiva, su tono es sombrío, sus ruidos y sonidos son amenazantes. Con una paleta de colores fríos, engamados y saturados, una composición del plano un tanto obsesiva y una cámara que explora el cuadro general sin perder un solo detalle, Finn nos propone que acompañemos a su protagonista todo el tiempo. No podemos decir que no.

Sosie Bacon es, quizás, lo mejor de Smile. Ella hace de Rose un personaje atormentado y tortuoso, creíble y vulnerable. Incluso cuando sabemos poco y nada de su pasado, podemos percibir que hay un mar de fondo, o mejor dicho un mal de fondo, en su presente. Mientras sepamos poco y nada todo es más inquietante. Es que Finn sabe que el simplismo del psicologismo iría en contra de la ambigüedad tan necesaria para que lo misterioso tenga el peso de lo innombrable.
Por eso mismo sorprende que los últimos 15 minutos sean tan explícitos respecto al origen del infierno de Rose. No era necesario. Sugerir es mejor que explicar. Pareciera que se hizo presente el toque del productor para asegurarse de que todo quedase bien claro.
Afortunadamente, la última escena, luego de las explicaciones, es escalofriante. Smile tiene el final que tenía que tener, oscurísimo. No mucho cine de terror se anima a tanta desolación.