Los hambrientos, de Robin Aubert

“Cuando te levantás y lo primero que hay que hacer es matar a alguien, te das cuenta de que el mundo cambió por completo”, dice, con serena angustia, una mujer de un pequeño grupo de personas que recorre los bosques en las afueras de Quebec, mientras intenta sobrevivir al apocalipsis zombi. Sin duda, se trata de sobrevivir, pero obligados por el instinto porque no quedan ganas de vivir, no hay ningún lugar a dónde ir y cualquier tipo de esperanza ya se perdió hace rato. Es que el panorama es tal como lo pinta otra mujer del grupo: “Todavía estás haciendo el duelo por la muerte de un ser querido y enseguida perdés a otra persona”.

Los hambrientos, escrita y dirigida por Robin Aubert, ganó el premio a Mejor Película Canadiense en el Festival de Toronto, así como muchos otros galardones. Se sabe que los premios no son garantía de nada, pero en el caso de Los hambrientos sí le hacen justicia a una película que aborda el tan transitado subgénero de los zombis con cierta originalidad, una sensibilidad muy inusual y una estética estilizada pero no afectada.

Porque esta vez el punto no es sobrevivir a toda costa, no es matar la mayor cantidad de zombis posible. En cambio, lo que le interesa a Aubert es el dolor de los que siguen vivos, la tristeza de ver la muerte a cada paso, la resignación ante el advenimiento del final. El registro es el del drama de tono seco, silencioso pero elocuente. Aun sin intentar ser existencial, Los hambrientos tiene una mirada profunda e introspectiva con una honestidad brutal. Es que se mire como se lo mire, este mundo ya está muerto en vida.

El escenario sí es típico. No se sabe por qué, pero el mundo está infestado de zombis veloces y hambrientos, de origen desconocido y que gritan antes de atacar a sus presas; hasta tienen algo que se les parece a la inteligencia y son capaces de armar emboscadas. Se los mata con un tiro en la cabeza o cortándolos en pedazos – como siempre. A diferencia de otros zombis, los de Los hambrientos pueden organizarse de una manera relativamente social. Incluso tienen unos tótems, monumentos que construyen con objetos varios con una predilección por las sillas. Estos tótems se extienden hacia el cielo y los zombis, parados a su alrededor y mirando hacia el cielo, se unen en una ronda en silencio para celebrar un ritual incomprensible.

Las muertes, que no son pocas, a veces son violentas y sangrientas, otras veces ocurren en cuestión de segundos y de espectacular no tienen nada. El fuera de campo, siempre amenazador, se actualiza de improviso y los bosques verdes y tranquilos pasan a estar plagados de hordas de devoradores de carne. Así, el contraste entre lo bucólico y lo salvaje es realmente impactante. Si uno no sabe que hay zombis alrededor pensaría que está recorriendo los campos verdes de una bella zona rural, como si fueran vacaciones.

Hay gore y no poco. Pero está dosificado. Hay escenas en las que apenas aparece la sangre y las mordidas no son particularmente horrendas. Pero también hay otras en las que el color rojo tiñe todo el cuadro. Y los cuerpos quedan irreconocibles. Por otra parte, y aunque a primera vista pueda parecer fuera de lugar, también hay un marcado sentido del humor negro y asordinado. Pero es un humor que no le quita todo lo espeluznante que el drama tiene. No aliviana nada.

Más dentro de los parámetros del cine de arte que del cine mainstream, Los hambrientos es una película contemplativa, una elegía sobre el fin de la humanidad. Sin que se note, es conmovedora. Lo que pasa es que el dolor va por dentro.

Los hambrientos (Les affamés, 2017) Puntaje: 8

Escrita y dirigida por Robin Aubert. Con Marc-André Grondin, Monia Bokri, Micheline Lanctot, Brigitte Poupart, Charlotte St-Martin. Fotografía: Steeve Desrpsiers. Montaje: Robin Aubert, Francis Coultier. Música: Pierre-Philippe Cote. Duración: 96 minutos.